Me llama por cobrar
ARQUEOLOGÍA VISCERAL
Hurgar entre las cosas
que te pertenecen.
Y entre las cosas
que no te pertenecen.
Y entre las tarántulas.
Y entre las águilas disecadas.
Hurgar entre las patas de conejo
y en los clósets donde asfixias lo que eras
y en la hormiga de seda –perla y ojo– de tu amante
y en el agua del río y en la basura.
Sobre todo en la basura. Porque hurgar
tiene forma de instrumento quirúrgico,
ese manubrio hidráulico o camilla
y luego un filo arriba y otro abajo y otra
vez arriba: no
cercena sino que desagalla, no
traspasa sino vuelve: anzuelo: hurgar
en el cuaderno de corte y confección
que llevaba tu mamá.
Hurgar entre la mierda
en busca de una pastilla de jabón.
Los materiales son infinitos.
Las herramientas son escasas.
Las cosas no han cambiado mucho
desde que el fuego capituló: todavía no sabemos
hurgar en el resplandor.
Hurgar es una herramienta,
no una revelación; es
un repaso: su filo
regresa más que traspasar. Es un
anzuelo.
Tal vez por eso su nombre
(más que a un verbo)
suena al nombre
de unas ruinas acadias:
Hurgar.
QUÉDATE QUIETO
esto no es agua
no son constelaciones
su rumor abrasivo de lápiz contra el cielo
éstas no son estrellas fugaces
que
circunvuelan con dedos de fósforo
las tetas de Andrómeda
esto no es agua
no es ni siquiera la noción
de que la materia es capaz de desear
de desear-se al margen de nosotros
no hay bastante filosofía de la mente
ni suficiente zen para explicar
el socavón
esto no es agua
esto es el cuerpo de mi novia en un hotel
martajado por una gran mano de piedra
esto es mi cuerpo que se mueve sobre ella
con una adolescente destreza pasajera
esto es el único futuro disponible
para una especie destrozada por la autoconciencia
“quédate quieto”
dice mi novia muy bajito
y me toma por la espalda
sus manos enlazadas
y me coge
al son quirúrgico bromista encabritado
de una ola cuando te revuelca
yo intento abrir los ojos allá abajo
otear entre la arena
defenderme
sujetar con los puños
los cuchillos del agua
que me zurce
pero es que esto no es agua:
es la ansiedad de resplandor
que deja el tacto cuando te disuelve
MANUEL BANDEIRA ME LLAMA POR COBRAR
Así quisiera yo mi último poema:
Los narcococos cayeron en Jujuy
(dodecasílabo neobarroso to-
mado de un periódico);
navaja negra el derecho de Caín;
nadie hablaría de ángeles
si las nubes portaran armadura;
la fantasía es un lugar en donde llueve;
el plagio es otro lugar en donde llueve;
la lluvia es un lugar fantástico desde un ángulo recto.
Así quisiera yo mi último premio:
que viniera con muchísimo dinero
(dodecasílabo didascálico y feraz),
que tuviera la llama de los diamantes
que se suicidan casi sin perfume
y la pureza de las cosas
que sollozan sin explicación.
Así quisiera yo mi último amor:
que fueras tú,
que fuera un aguamala,
que fuera el tren transparente del mezcal,
que fuera el lujo marchito de beber a solas,
que fuera mi hijo menor con el cabello cortado a lo mohicano
y con un hacha,
que fuera lento,
que me diera suficiente oscuridad,
que tuviera chispas de tigres debajo de las uñas,
que fuera mi rehén y se callara.
Así quisiera yo mi último cuerpo:
arrodillado,
vacío de dolor,
pidiendo una limosna
en el umbral del dolor.