Edmundo Paz-Soldan: “Mi idea era mostrar la necesidad de crear proyectos alternativos o utópicos, pero a la vez contrarrestar esto con las formas en que estos pueden ser perforados”
Una entrevista con el escritor boliviano Edmundo Paz-Soldán sobre su última novela Área protegida. Autor de catorce novelas y seis libros de cuentos, su trabajo ha sido traducido a doce idiomas. En los últimos años sus intereses narrativos se han inclinado especialmente por temas como la tecnología y el ecosistema; dos ejes en Área protegida.
Publicada en 2024 en México y España por Almadía, y en Bolivia bajo el sello Nuevo Milenio, la última novela de Edmundo Paz-Soldán nos cuenta la historia de la Comunidad: una secta formada por el Profe después que este decida retirarse a una ciudad en el Amazonas a esperar el fin de la especie humana. Inicialmente pensada como una utopía, muy pronto la Comunidad comienza a ser escenario de tensiones internas que chocan con la presión externa que existe por parte del gobierno nacional, produciendo una sociedad que, paradójicamente, termina pareciéndose a aquella de la que intentaba huir.
Al final del libro mencionas que después publicar La mirada de las plantas (2022, Almadía) tenías la intención de seguir ahondando en el tema del Amazonas boliviano y ciertas personas y ciertos hechos fueron la semilla para poder escribir Área protegida.
Bueno, estas dos novelas narran mi descubrimiento del Amazonas como tema, como paisaje, como parte constitutiva de mi identidad. Porque yo, como muchos otros bolivianos, crecí con la idea de que somos parte de un país andino y solo en las últimas décadas el debate en torno a la identidad nacional nos ha hecho ver también cuán importante es la región del Amazonas para nuestra identificación. Llegar un poco tarde a este paisaje me impactó de manera muy fuerte, en un viaje que hice hace unos 15 años por primera vez a la frontera, en Pando. Estuve en Cobija, donde se habla incluso otro tipo de español. El portugués está muy presente y descubres muchas cosas. Aparte de que el Amazonas es el grado cero del del cambio climático en América Latina. Toda la cuestión de lo que está pasando con la contaminación de los ríos y de otros problemas que muchas veces no nos llegan porque es una región muy alejada.
¿Cómo surgió La mirada de las plantas y el impulso que dio lugar a la escritura de Área protegida?
En La mirada de las plantas yo quería escribir un libro de no ficción sobre mis experiencias en el Amazonas, pero todo lo que comenzaba a pensar como crónica terminaba tergiversándose por mi propio impulso a imaginar. Entonces decidí primero escribir La mirada de las plantas, donde pensé que iba a entrar todo lo que me había provocado la selva amazónica, pero al terminarla me di cuenta de que tenía que ver con la cuestión del extractivismo, y pensé que quizás el otro tema que me importaba era el impacto del cambio climático. Al comienzo lo más difícil fue encontrar otro tono, porque al comienzo me parecía que estuviera escribiendo La mirada de las plantas II, y esa no era la idea. Yo quería tener otra novela, con otro lenguaje, con otro tipo de desafíos.
Algo que me que me llamó la atención de esta novela fue la idea de la interrelación entre distintas especies, incluso más allá del plano terrestre.
Bueno, si hay algo que ha cambiado en mi ficción en los últimos 10 años, quizás es justamente una mayor conciencia de nuestra pequeñez como seres humanos dentro de un de un universo muy grande, y también del hecho de que no somos la única especie que habita el planeta. Me acuerdo de un colega que me decía hace 15, 20 años: “Oye, tu ficción es todo el tiempo sobre seres humanos. Nunca hay ni un perro en tus cuentos, no hay animales”. Me reí en ese momento, pero luego me di cuenta de que no tenía una curiosidad como la que decía Derrida: cuando miras a los gatos, no piensas en cómo te está mirando el animal y cuál es la relación que se entabla de esa mirada. Todo eso también te lleva, me parece, a una necesidad de replantearte cómo narras la experiencia humana en el planeta. Eso es lo que me ha marcado en los últimos libros, incluso en el nuevo libro de cuentos que va a salir este año con Páginas de Espuma.
¿Cómo hacer para ampliar los registros de lo narrado, para incorporar aquellas no humanas que nos rodean, como los animales o las plantas?
No es fácil. Ha habido varios esfuerzos por narrar la perspectiva animal. María Ospina, en su última novela, narra desde la perspectiva animal. En Horacio Quiroga puedes encontrar diferentes registros, desde perspectivas solamente animales hasta otras más antropomorfizadas, y todas estas fábulas en que aparecen animales hablando y pensando como si fueran humanos. En esta novela pensé ampliar eso, a ver cómo incorporar también a los animales en el relato, a los pájaros, por ejemplo, que ocupan un lugar especial en la novela. En cuanto a los extraterrestres, bueno, no creo en extraterrestres, no he visto extraterrestres ni tenido experiencias, pero, y esto sí debo decir, me sorprendería que no hubiera otras formas de vida en un universo tan inmenso como en el que vivimos, con tantas galaxias. Eso me permite, por menos desde el punto de vista estratégico en la novela, añadir el tema extraterrestre. Pensé que eso podría balancear un poco para hacer una novela que tuviera vías de escape literal y metafórico a estos temas tan graves que asolan la novela y al planeta.
También hay ecos de tu libro anterior, La vía del futuro (2021, Páginas de Espuma), respecto a la incorporación de la tecnología como otra forma de vida. En tu perspectiva, ¿cuán interiorizada crees que ya tenemos la tecnología y cómo eso afecta nuestra relación con la naturaleza?
Bueno, justamente hace una semana enseñé aquí, en un curso que estoy dando sobre literatura y medios de masa en América Latina, un cuento de Elena Aldunate, un texto de los años 60. Es un cuento que se llama Juana y la cibernética y habla de la fascinación de una obrera en una fábrica chilena que hace huecos en planchas de zinc, que se queda sola en la fábrica el fin de semana y ahí comienza a tener una relación intensa con la con la máquina. Cómo comienza a humanizarla, a antropomorfizarla, a pensar si la máquina piensa, si tiene ojos, si tiene vida. A mí me interesa la ciencia ficción como género, más allá de su especificidad genérica, porque quizás es el género que más ha trabajado esta relación, entre el ser humano y la máquina. No hay día en el que no tengamos una relación intensa con las máquinas y, como en este cuento, esa relación también se convierte en una relación afectiva. Y más ahora, con la inteligencia artificial. Tienes a gente haciéndose diagnosticar problemas psicológicos con Chat GPT, o entrando en relación con chatbots. Hace poco leí en el New York Times un artículo sobre una mujer que está enamorada de un chatbot. Este tipo de seres son cada vez más parte de nuestro paisaje. En estas novelas la intuición que yo tenía era que, si la tecnología está avanzando, ese avance tiene que aparecer en espacios no tradicionalmente representados como parte de un paisaje tecnológico, como la selva.
Hablando de la convivencia, me llamaba la atención como tú planteas la construcción de la Comunidad. ¿Tú consideras que esta especie de jerarquización al final es inevitable en toda forma de coexistencia, y por eso termina afectando a la Comunidad?
Creo que el gran proyecto utópico del Profe es irrealizable. Por ejemplo, el hecho mismo de vivir fuera de la de la economía de mercado. Hay una pregunta que se han hecho muchos teóricos, como Mark Fisher o Jameson: “¿Hay un afuera del capitalismo?”. Pues no, no hay un afuera. Al Profe le encantaría crear una comunidad autosustentable y vivir de la naturaleza y de lo que cazan y pescan, pero luego se da cuenta que no es tan fácil lograr ese espacio utópico, que hay que vivir de algo y que necesitas tener relaciones con una comunidad más grande. Y, por otro lado, creo que estos proyectos en momentos de crisis, como los que estamos viviendo, surgen de manera natural; nuevos proyectos de refundar nuestra misma idea de comunidad, de cómo nos relacionamos como parejas. El problema es que estas refundaciones o estas reinvenciones tienen que enfrentarse a nuestras propias pulsiones individuales, que muchas veces no contemplan el proyecto colectivo ni la empatía que uno debería tener por generaciones futuras. Mi idea era mostrar la necesidad de crear proyectos alternativos o utópicos, pero a la vez contrarrestar esto con las formas en que estos proyectos, incluso los más bien intencionados, pueden ser perforados, tanto por la amenaza exterior, que en este caso es el Estado, como por la propia amenaza interna.
En este sentido, la figura de Rilma se erige como esta especie de desidealización de la utopía, pero va en un sentido de buscar el orden dentro de la variedad. ¿Crees que esa esa nueva variedad genera nuevas formas de control?
Una de las intuiciones que tuve al comienzo de la creación de esta utopía fue sobre el Profe. Este personaje está basado en un señor que trabajaba en la cocina de una universidad aquí en Ítaca, al que yo le alquilé una habitación que tengo aquí. Él era un anarquista, no tenía cuentas en el banco, me pagaba todo en billetes de porque desconfiaba de los bancos. Un día me dijo que quería irse porque estaba decepcionado de los universitarios de Ítaca. Eran chicos que eran totalmente presentistas, vivían en el presente y no les interesaba el cambio climático ni nada. Un día se fue a los bosques de Oklahoma a vivir de manera autosustentable, a cazar y pescar. Era chistoso que no podía romper con la sociedad, porque yo me enteraba de sus historias a través de Facebook, el capitalismo de Mark Zuckerberg. Cuando estaba creando esta novela, pensaba que sería interesante imaginar cómo él podría atraer a otra gente, como el profeta de un culto, atraer a gente que crea en esta necesidad de reinventar las formas de relacionamiento de pareja o de colectividad. Pero cuando comencé a escribir, yo mismo decía: “¿Y puede una sociedad anárquica funcionar, o es que hasta los anarquistas necesitan un orden?”. Y ahí apareció la figura de Rilma, que era un personaje menor, y más bien es ella la que tiene la pulsión de poder. El Profe tiene una cosa más anárquica, pero la que ve que esa sociedad necesita un orden hasta administrativo es Rilma. El poder, decía Foucault, siempre está circulando de una persona a otra. Incluso dentro de una cárcel, los prisioneros se van a organizar y van a tener un jilacata, alguien que va a ser el que esté a cargo o que tenga más poder que los otros. Me interesaba, más que sacar conclusiones, mostrar las tensiones que podría haber siempre, incluso en un grupo anarquista de gente que quiere romper con la sociedad.
Bien, y la última pregunta está relacionada con el personaje de Darlin. Ella decide abrir el hospital de aves, pero muere. ¿Esa era una forma de decir que, si ella hubiera seguido viva, hubiera pasado una algo similar con el hospital a lo que pasó con la Comunidad?
Bueno, me parece una pregunta interesante. Cuando estaba escribiendo la novela también pensé que la novela debía acabar con el fin de la Comunidad, pero luego me di cuenta que, al hacer eso, iba a ser una novela más distópica, convencional. Se me ocurrió que lo que podría ser interesante era narrar el postapocalipsis, qué es lo que ha pasado 30 años después con los sobrevivientes de este culto. ¿Qué pasa con esa región donde había esta idea de la llegada de los ovnis? Y ese es el lado más futurista, especulativo de la novela. Decir, ¿qué es lo que va a pasar dentro?, ¿cómo se podría imaginar futuros posibles para esta región o para estos para estos personajes? Y ahí pensé que Darlin, que era un personaje menor, podía tener un lugar más central, como el legado que nos pueden dejar ciertas figuras. Darlin se convierte en una especie de símbolo de esta pulsión de intentar un relacionamiento que vaya más allá de lo de lo de lo humano. Quizás sea más fácil para la gente relacionarse con esto que con el proyecto de la madre de Darlin, Hortensia, y todas sus fantasías alienígenas. Por lo menos eso razoné mientras escribía la novela. Creo que fueron intuiciones que quizás ahora las pueda ver con más claridad.