Cinco poemas
Errancia
todas las mañanas
escucho el tañido sin retorno
comienzo lo que se va
en la barca que viaja con el sol
no me detengo ni llego
todas las mañanas comienzo
X
Voluntad de persistir nos obliga
a tallar un talismán en la mirada del miedo
a convertir en túnica de luz las ataduras
a cultivar la risa
a cultivar el sano olvido
a mantener iluminado el albergue de la esperanza
Es feliz obligación
convertir mis derechos
en hermosos deberes
XII
Declaración de mis deberes inalienables
Permitirme ser también una niña que juega
Aprender a saborear el silencio
Aprender a no tener miedo del miedo
Aprender a cantar con El Agua de La Vida
fluir fluir fluir
Sumergirme en el presente con los ojos abiertos
Cultivar la errancia en torno a un rosal
Convertir en voluntad de renacimiento
mi condición de leño del Fuego de La Vida
Emular el reverdecer de la hierba
Volver a forjar cuantas veces se quiebre
La Espada de La Mansedumbre
Ejercitarme en reflejar el lago reflejando
Llevar al máximo refinamiento
el arte de saber encontrarme conmigo
VI
Este juego, horada las noches
y los días.
Alumbra un destino.
Soliloquio ante la flor que se deshoja
La gran tarea de mi vida, es jugar a
La Ermitaña en un jardín. Este juego
nació del soliloquio en los entresijos del
tiempo sin tiempo de la infancia. De
los juegos con la arena junto al mar.
Ascesis de La Ermitaña en un jardín
en el siglo veintiuno, es hacer de la
soledad regazo, talismán, afluente
del silencio, primordial albergue.
Es seguir jugando con la arena
junto al mar.
La ola se llevaba mi castillo
Con la risa entre las manos
lo volvía a comenzar
La ola se llevaba mi castillo
Quedaba intacta mi alegría
lo volvía a comenzar
La ola se llevaba mi castillo
Mientras llega la ola y se lleva el castillo
por última vez, sigo comenzando.
Unas veces con la risa entre las manos,
otras con benévola sonrisa. Siempre con
paciencia y dulzura infinita, cuando
la ceguera y el miedo vuelven como
la ola, y me desalojan del regazo incesante
que es mi propio corazón.
Siempre comienzo. Regreso sin cesar,
al amparo de mi propio corazón.
V
Ronda de árboles
acoge a la ermitaña
Entre líneas de las palmas de mis manos
aparecen huellas de mis primeros soliloquios
en aquel patio convertido en paraíso
Hoy reconozco sus venturosas variaciones
en una ronda de árboles y flores
Huellas confirman el rumbo de un viaje
que no puede guiar la rosa de los vientos