Tres poemas de Mayajovsky’s Revolver

Matthew Dickman

Traducción de Berta García Faet

 

 

Puente

Antes incluso de llegar al puente, en la esquina
cerca del parque, dos chicas jóvenes
caminan comiendo hamburguesas, un pedazo
se cae de una de sus bocas
y ella me mira, caminando aún, y me espeta
cuidadovasapisarlacomidaputomaricónjajaja
No conozco a nadie
que pudiera ser capaz de acostarse con ellas, ¿quién se bajaría
los pantalones y tocaría
esos minúsculos cabellos con la punta de su
lengua? ¿Quién querría tener esos dos culos
en su cara o ese olor a kétchup y pepinillos chorreando de su
boca? Y no puedo imaginármelas
atravesando el Puente Hawthorne, el río
todo oscuro y encendido
como un héroe en una novela de vampiros, no puedo imaginármelas
tan tristes, tan descorazonadas, conociéndose a sí mismas
lo suficiente, conociéndose a sí mismas tanto como para elevar
sus cuerpos pesados sobre el raíl, una
de sus sandalias con piedras preciosas falsas
que se cae a la vía peatonal,
y que se cae al agua, y que respira, y que está al revés, y que
se va. Cuando me paro y me fijo
creo que estoy nervioso porque estoy preocupado
por si pierdo las gafas, la negra
montura que se escabulle, toda la gravedad
que la hace saltar, que la empuja hacia abajo
como una mano en la parte de atrás
de mi cuello, lo que veo: la comida que se cae,
el ruido sordo y estúpido de las chicas
que caminan, la noche inhalada por los árboles,
las casas flotantes que parpadean, todo ello sucede
al otro lado de las lentes. Mi puente favorito. Mi parte favorita
del camino a casa. Esta elección
que creo que tengo. En una película navideña que me gusta,
un hombre está apoyado
en la barandilla, mirando el agua, pensando
sobre el agua, preparándose,
dándole tiempo a la gente para que lo atraigan otra vez
hacia la tierra. Tiempo para que un ángel en un abrigo gris
y una cara de los años cincuenta le detenga. Cuando me inclino un poco
puedo sentir detrás de mí los coches que corren hacia el este, nadie
pone el freno de
mano, nadie pita.
Quizás las chicas están
en el coche de un amigo, siendo devoradas
por hamburguesas y brillo de labios de sabores,
las dos canciones de la muerte
que son sus cuerpos, y quizás
una de ellas saluda con la mano, o parece que saluda
cuando enciende un cigarrillo, así, por la ventana y se cae
y sigue cayendo.

 

 

En la Tierra

Mi hermana pequeña se aleja
de la colisión, del hielo negro, del lado aplastado
de los pasajeros, del inmenso camión que destrozó
el coche, y desde la cuneta de la autopista
una gran bolsa de plástico flota
muy blanca
por encima del césped
donde los gusanos trabajan lentos y ciegos debajo
de las hormigas que marchan
en columnas de gracia, como soldados
antes de ser enviados a algún lugar, antes de que la guerra los humanice
de nuevo y los disperse por campos
y arenas, camillas y cuerpos,
por el universo
de humo y ceniza, y se agazapen
en lo que queda de un edificio
mientras un tanque sube por la calle hacia el río
donde se para, apaga su motor, el conductor mira
a través de una ventana más pequeña que un sobre,
y se pone a sudar y a pensar
en qué bonito es Kentucky. En la Tierra
a mi hermano gemelo le extraen un cáncer
de la frente después de un año de haber estado picándome
diciéndome siempre “¡eh, no te toques tu cáncer!”
pero en broma porque él nunca puede estar enfermo,
no si yo he de quedarme en la Tierra,
y a mi hermana pequeña nadie la puede partir nunca por la mitad, una parte de su
Subaru que separa su torso
de sus piernas, no si yo he de querer vivir, no si yo he de querer pasear
por el Puente Hawthorne
con la ciudad ante mí, los edificios
llenos de luz y ascensores, el parque lleno de arces
y bancos, la policía ocupando
las calles como Novocaína, entumeciendo
Chinatown, entumeciendo Old Town, el Willamette
corriendo hacia el salvaje
Pacífico, la maravillosa hidro-aventura del Norte
todavía toqueteando la sangre de los de Nueva York y Nueva Inglaterra,
la explotación forestal ya se ha acabado y los indios ya se han acabado
pero por los casinos y los fuegos artificiales y los atrapasueños
mi hermana debe levantarse de entre los muertos
el acero y las luces rotas, mi hermano gemelo
debe bajarse de la mesa del quirófano
si yo he de poder mirar las nubles de la lluvia acercarse
como una familia de hipopótamos
desde la aguas cálidas del África
y secarse en el polvo, ellos deben estar aquí
si yo he de escribir una carta
a Marie o a Dorianne, Michael y Elizabeth
deben estar en sus cuerpos
para que yo no me los corte
del mío. Deben responder
al teléfono cuando les llamo para no tener que quedarme en el armario
encerado por siempre. Ahora mismo estoy sentado
en el porche de la casa donde me crié. ¡Este es el segundo sitio
en el que estuve en la Tierra! El porche donde Emily se sentó
en 1994, bebiendo té con licor
y leyendo las traducciones de Rexroth de Li Po,
poesía china
en su empeine, el río Han
que se derramaba en su pelo, por las escaleras
y la entrada del garaje
donde los dientes de león crecen como células
de sangre blanca. Los cogería en Kelly Park
e iría por la calle con ellos
por la 92. Todos mis deseos, todos ellos flotando
por todo el vecindario
donde yo quise enamorarme
de alguien, beber sodas de naranja de espaldas
con el cielo desabrochándonos los pantalones
y quitándonos las camisetas. No hay nada
como caminar por el noroeste de Portland
de noche, aunque hay demasiado dinero
y no parece auténtico. No hay nada en la Tierra
como la luz de la luna, el lago de noche
olor de césped alto y crema de sol. Es difícil imaginar
no conocer el olor de las gasolineras o del pino,
el olor de los calcetines demasiado usados y el olor
de las manos de alguien
después de haber nadado por los arbustos de romero.
Los quiero a todos
y todo el tiempo. Necesito ir
al cuarto de Erika, por los montones de ropa apilada en el suelo,
que me encantan por su euforia caída. Necesito
oler su cuerpo en el mío
días después de haber destrozado la cama o estropeado la alfombra
que ella detesta aunque estemos en ella. En la Tierra
mi hermana mayor nunca puede abrir otra botella de cerveza o disparar
a otro vaso de whiskey. No puede permitir al monstruo
de su cuerpo andar encorvado por los
campos de la familia, matando a los campesinos,
quemando las tierras por el camino hacia otra sobriedad
y entonces ser asesinada a hachazos por sus propias horquillas y palas,
no si yo he de lavarme los dientes
sin morderme la lengua. No si yo he de beber café
y leer el periódico y respirar. Oh, estar en la Tierra…
Caminar descalzo por la piedra fría
y saber que la mujer a la que amas también está caminando descalza
por el azulejo frío de la cocina
donde os besasteis ayer, estar de pie en una librería
y oler el papel viejo y el pegamento
en las espinas dorsales, mirar un mapa de una ciudad extranjera
y ser capaz de saber
adónde vas. Nadar en el océano,
nadar en un lago y no saber
qué hay debajo de ti. Tener dos mil
amigos en Facebook a los que no conoces
pero estar ahí embobado cada noche porque te sientes solo.
Caminar por
Laurelhurst y ver una garza azul
que mata a un brillante pez naranja, lo eleva por el aire irrespirable
y entonces lo sumerge en el agua otra vez, y entonces por el aire otra vez,
y así varias veces hasta que siente
que el pez es suyo por completo. Sentir cómo el metro corre
debajo de la avenida
o cómo el avión que despegó en Nueva York está bastante
bien en el cielo de Arizona. Saber
cómo se siente uno después de beber whiskey o saber el secreto de que leer
novelas románticas te ha hecho
mejor persona, más caballeroso, y caminas
hacia el ultramarinos en medio de la noche,
enamorado de los aguacates y de las zanahorias,
y te quedas de pie frente a la fruta congelada
con la puerta de la nevera abierta
de manera que el frío helado enfría tu cuerpo
antes de ir al pasillo de los cereales
donde hay innumerables colores y tipos, cómo se siente en tus manos
el paquete de cereales
como un premio que hubieras recibido por algún favor importante, esperar
en la cola y que no te importe
esperar. La sensación de estar en un barco
y la sensación de ponerte unos zapatos nuevos
con un calzador de metal. Cómo puedes sentir que puedes correr
más rápido que nunca. Ir en autobús en invierno
y que tus gafas se empañen, el autobús
que te lleva a esa calle que conoces de toda la vida
o en la que acabas de encontrar el amor, qué más da. En la Tierra
mi madre está hablando con sus pechos
porque quieren matarla, se han puesto en su contra
como un senado, pero al final
les convence. Consigue que se comporten como dos perros
o como dos niños que juegan
demasiado a lo bestia con el gato y el gato aúlla, su cola casi
en huida. Ella debe estar aquí aún, allí por el
Lloyd Center después de salir de trabajar
bajo la lluvia, si es que yo he de vivir. En la Tierra
tengo una cama en la que me encanta meterme, el olor limpio de las
sábanas blancas, dejar caer mi cabeza
en la almohada tan suave y preocuparme y echarme encima
la manta, como una tumba,
y por la mañana por la ventana ver la fría luz del invierno
soplar. Cada noche en la oscuridad
y cada mañana en la luz
y ¿no crees que Jesús se salió
de su cueva, se arrastró fuera de su Subaru
y se quedó en un lado de la carrera esperando a la ambulancia
para que lo cubrieran con un sudario blanco? En la Tierra
me desmayo en la sala del multicine, me meo en los pantalones, voy hacia el ataque
como alguien con don de lenguas, enrollado
en las llamas de mi creencia, mi cuerpo en las manos de unos extraños
en la rancia y gruesa alfombra
mientras en la Tierra las palomitas explotan salvajemente
y el licor es de un rojo reluciente
detrás del mostrador, al lado de los M&M
donde está la chica más preciosa del mundo
en su severo uniforme, su chapita identificatoria muy
bien puesta, su nombre escrito en un trozo de celo
que tapa el nombre de otra persona.
Nunca me dará un beso, nunca estará conmigo en la cama, ahí afuera en agosto,
ni susurrará mi nombre. En la Tierra
Joe tiene un ataque al corazón, su paquete de cigarrillos sin filtro
descansa como una mano al lado de sus libros.
Conduce su corazón a través de tres acres de bypass
y entonces lo lleva al agua. En la Tierra
robo flores del parque, rosas y lirios orientales,
duermo demasiado. Soy siempre demasiado lento
o demasiado rápido a la hora de llegar, antes de que hayan abierto. Sigo
soñando que mi hermano mayor
ha regresado como un hombre que ha vuelto de una carrera larga,
extenuante. Pero no aguantaré así mucho más…
Y porque no tengo que hacerlo, corto una naranja
como lo hacen los atletas, en perfectas
mediaslunas. Quito la pulpa, la piel que parece
la superficie de la luna. Las pongo
en mi boca
y dejo que su sexo explote en mi garganta, mis pulmones
como dos mitades negras de una mariposa
atrapada en el nido de mi torso, leo un poema
que escribió Zach sobre un estanque, estoy pensando
sobre la última vez que vi a Mike
antes de que se mudara a Utah, tan sionista su atmósfera, releo
la notita que escribió Carl que sólo dice
ten cuidado. En la Tierra a Charlie lo han diseccionado
y lo han vuelto a cerrar.
Continúa queriendo a sus amigos y mirándose en el espejo,
y quizás sus nervios no han crecido
sobre la cicatriz que se hizo, y quizás está cansado
¡pero está en la Tierra! Debe levantarse por las mañanas
si yo he de quedarme en mi cama
escuchando música con la ventana abierta
y la puerta abierta y esperar
en calzoncillos a que entre por ella el amor con sus pies sucios
y sus manos sudorosas, si yo he de tenerla a mi lado, mi boca
sobre un nudillo, mi mano detrás de una rodilla, él debe
estar aquí aún. En la Tierra
la supervivencia se construye a base de suerte y centros de tratamiento
o despacio como un nacimiento de planeta, antes
no había nadie que sobreviviera,
simplemente los gases del big bang lo organizaban todo, o se construye
como un rascacielos, a mano, algunos obreros
caen, y otros se mantienen a salvo en el andamio, allí arriba en la Tierra,
quitándole el papel a los bocadillos que todo el día han estado
esperando comerse.

 

 

Akhmatova

¡Exacto! Ahora me acuerdo. Estaba en la playa
mirando aquel promontorio rocoso, el Haystack,
metiendo mi dedo en la boca de las anémonas marinas,
sus tentáculos cepillaban mis nudillos, yo les susurraba
la palabra hermano
a una, y la palabra hermana a otra,
aunque quizás ambas eran las dos cosas. Quería sentirme cerca
de otras especies. Había estado leyendo sobre las ventanas oscuras
por las que miraba Akhmatova
para ver si su hijo había salido ya de la cárcel. Mientras rodeaba
los charcos poco profundos
sintiéndome como si hubiera hecho un buen trabajo siendo yo mismo
escuché a mi profesora de tercero
susurrándome al oído
¿pero qué te pasa? ¿quieres ser estúpido toda tu vida?
Era monja y supongo que, debajo de su camisa blanca,
llevaba un rosario de alambres y de púas.
Por mucho que yo meta mi dedo en el mundo natural,
por mucho que yo confunda las moscas
de la basura con estrellas, el hijo de Akhmatova seguirá encadenado
a un muro, el mar seguirá empujando
contra las rocas, y una parte de mí seguirá estando sentado
en el aula, cerca de una ventana, mi cabeza gacha, mi esqueleto caliente
dentro de mi cuerpo, mis hermanos y hermanas tan vivos en los charcos salados
del mundo.

 

 

 

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