Poema en presente indicativo

Elisa Díaz Castelo

Aquí estamos. Aún es todavía. La tarde,
entreabierta, deja pasar sus minutos
como corrientes de aire. Aquí es un lugar,
antes que eso, un tiempo, hora exacta
y ya alejada de nosotros.

Miramos por la ventana de tu departamento.
Tenemos las horas contadas y apenas
nos tocamos. No sabemos ni cómo
empezar a desvestirnos. Desde siempre es tarde
y ha llovido. Aquí está esa luz después de la tormenta,
húmeda, espabilada luz llena de vértices.
Hace brillar el negro de los cables, atraviesa las hojas.
Cree en la vieja colonia, en sus casonas a medias
y edificios baratos. Más que yo. Apenas la conozco.

Al otro lado de la calle
una vecindad a medio demoler
abre sus fauces chimuelas de concreto y varilla.
Cada cuarto, de diferente color y mutilado,
deja de ser sí mismo por faltarle paredes, límites
que refuercen su nombre, techo que lo confirme.

Nosotros no nos vemos, pero miramos juntos
hacia el mismo sitio.

Es sólo esa vieja vecindad
detenida a medio destruir
y sin embargo plena, en floración
de bloques y baldosas, de ladrillos abiertos
y su centro naranja.

Tal vez las cosas llegan a sí mismas
sólo cuando están rotas, no existen de veras,
más que a la mitad de su propia destrucción.

Hay algo casi indecente en ella,
su cada cuarto expuesto, sus colores abiertos,
descascarándose, sus baños de baldosas,
alacenas, la pintura añejada
por el brillo del sol, por las últimas lluvias,
su entonces amplio, una estancia de piedra.

Vemos juntos la intimidad de los otros, explícita
pero inimaginable. De las vidas ajenas sólo queda
un lugar derruido. Aún así es más de lo que ellos,
donde quiera que estén, llevan consigo:
una vajilla incompleta, dos o tres dientes de leche,
ropa vieja. La vida: esta baraja de instantáneas.

De ese entonces, no queda casi nada.
Entonces es ya casi, sólo, nunca.
Y esto (porque aquí, y por si no era obvio,
nos besamos), esto, también, tan poco.

Tan una sola tarde de paredes resanadas,
ventanas anfibias que miran a las nubes
y trasplantan un cielo que pertenece a otro sitio,
no a esta ciudad de grietas que tanto conocemos.
Tan una sola tarde, colección de cuchillos
que preservan sus filos guardados en sus fundas,
una tarde que carga con todas las otras
en donde no estuvimos juntos
y las que habrán, aún deshabitadas,
de alojarnos. Tardes como multitud de cuartos,
como escaleras que subiremos solos,
tardes conjugadas en futuro,
donde nos olvidaremos parte a parte.

Pero, por ahora, aquí estamos, aquí
me tienes. Aquí me pierdes,
cada letra de mi nombre,
fricativa, se ha encendido y será
consonante con la sombra.

Esto es aquí, el tiempo en su lugar,
descascarándose.

El presente: tenemos que creer que existe
en algún sitio aunque no lo sintamos,
en la palabra aquí que ya es entonces.

Y sin embargo, el pacto continúa:
aquí estamos.

Aquí: lugar del que me he ido,
la cama destendida del nosotros.

Es la pobreza extrema del presente. Su apenas, sus ventanas
que miran siempre a otro sitio, sus conjugaciones parpadeantes,
endebles, declinadas.

Es esto: el presente: tan sólo
lo que miramos a través del vidrio:
un lugar a cierta distancia y siempre ajeno:
vecindad: colindancia con algo
que no somos nosotros ni hemos sido.

Tal vez amar es buscar darle al otro algo
que no podemos dar: esto:
este presente exiguo: la palabra aquí,
que ya está en otro sitio y significa nunca.

 

 

 

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