Para mi fueron quinientas

Fernanda Iglesias

 

 

En una especie de retiro hace mucho tiempo, me pidieron que haga una lista de diez cosas sobre mí. Las primeras dos que puse fueron:

1) Nací en una clínica del centro y crecí en un departamento del barrio de Constitución que tenía tres ambientes y un lindo balcón.

2) Mis papas se separaron cuando tenía 7 años y el departamento se empezó a venir abajo. Una vez vino mi papá a visitarnos y puso cara de tragedia.

Las dos primeras cosas que tenía para decir eran sobre el departamento de Constitución. Hasta que encontré ese papel no me había dado cuenta de lo importante que evidentemente había sido para mí. Nadie que conozca querría vivir en ese barrio.

 

El departamento estaba en un edificio que quedaba al lado de una fábrica. En frente había un canal de televisión en el que se grababa un programa que en ese momento era muy conocido y en el que todos los días se hacían sorteos por muchísima plata.

Se podían llevar cinco cartas por persona y me acuerdo que en los cumpleaños familiares, le daban un montón de sobres a mi mamá para que fuera a dejarlos.

De tanto ir, se empezó a hacer amiga de uno que trabajaba ahí, y una vez volví del colegio y estaban tomando un café en el living. No sabía bien cuál era su trabajo, pero esa tarde aproveché para preguntarle si me podría dejar entrar al estudio cuando fuera la banda de chicos lindos de afuera que llegaba dentro de poco, y me dijo que iba a ser difícil. Supuse entonces que no debía ser muy importante.

 

Me acuerdo muy bien de las cuatro esquinas. En una, había un local por el que pasaron todos los negocios y rubros posibles y que, sin excepción, tarde  o temprano terminaron cerrando. Con mi hermano le decíamos el negocio de la muerte. En todas las demás, había albergues transitorios con luces violetas o rojas alumbrando plantas, y en las entradas, siempre dos o tres trabajadoras sexuales, a las que en un momento empecé a saludar cuando volvía a mi casa.

Teníamos dos habitaciones y en una estaba solo mi mamá, pero cuando mi hermano fue un poco más grande, ella decidió que era mejor que yo me pasara y que el hombrecito quedara solo en la otra.

Nuestro cuarto de mujeres estaba todo pintando de blanco, tenía dos camas de una plaza bastante angostas con acolchados blancos y un calado imperceptible que según ella era muy fino, y una mesa de luz de roble al lado de cada una.

Las cortinas también eran blancas y en el centro de la pared había un cuadro con una figura bíblica bastante grande.  Cuando le dije que me parecía deprimente, me dijo que me callara, que era carísimo y que la tía Ofelia se lo había regalado para su casamiento. Invocar a la tía Ofelia en mi familia siempre fue garantía de calidad: era grande y a veces un poco maleducada, pero vivía en un piso en Peña y Quintana, tenía mucamas con uniforme y siempre nos daba de postre banana con rosa mosqueta.

 

En ese tiempo mamá estaba en pareja con Miguel, no le gustaba que dijeran la palabra novia. Se conocían de la secundaria y no sé bien porqué se volvieron a hablar, pero una noche mientras yo estaba en el cuarto compartido, él se fue diciendo que eran muchas cosas juntas y empezó a cortarle siempre el teléfono, aún cuando ella ponía otra voz para que la atendiera.

También fue la época en que todas las noches antes de irse a dormir se ponía a llorar y quería contarme cosas que yo nunca tenía ganas de escuchar. Una vez le dije que no era su amiga, y ella me respondió que lástima me da que me digas eso, mi mamá era mi mejor amiga.

 

Cuando conocí las casas de mis amigas del colegio, me encantaba que todas tenían una habitación para ellas solas. Todas decoradas con sus cositas y souvenirs de la época, y hasta algunas con su propia televisión y equipo de música. Otras las compartían con sus hermanas, pero no con sus mamás.

Empecé entonces a poner las mías arriba de la mesa de luz de roble, en mi parte de la habitación, y ese se convirtió por un buen tiempo en mi mini cuarto para mi sola.  Además, Mamá ya estaba en pareja con Jorge, le gustaba la música celta y como ya éramos más grandes, muchas veces no estaba.

 

Un día mi papá le dijo que quería vender el departamento y que se lo avisaba con tiempo para que pudiera resolverlo. Nosotros siempre íbamos a su casa pero ese día, después de mucho, había venido él, supongo que para ver las condiciones de lo que pretendía ofrecer. Ahí su inolvidable cara de tragedia: el bordado fino de los acolchados y los muebles de roble no tapaban las manchas y agujeros en la pared del living, que ni ella ni el consorcio arreglaron jamás.

No mucho tiempo después, nos mudamos a otro lugar más grande que tuvo exactamente la misma decoración, y mi mamá hizo una reunión para festejar. Por un tiempo, tuve ahí mi cuarto de verdad.

Después de eso me mudé dos o tres veces más. Para mí fueron quinientas.

Constitución ahora me queda a 12 km. según el google maps. Antes me quedaba más cerca, pero igual estaba lejos. A veces me acuerdo del portero misionero que tenía un auto muy caro, o de la vecina del sexto piso que usaba tapados dorados estrambóticos y que me compró una rifa para el viaje de egresados.

Top