Ocho poemas

Alfonso Kijadurías

I

Escribir conduce siempre al fracaso. Mar de sombras que la razón no sabe ver. Luz piadosa. Sombras leves. Sordo dolor de la distancia. El triste fuego de la historia que se acaba.

Canta el grillo, su fulgor enciende todas las sombras de su reino perdido. Rostros sumergidos en la indiferencia y el temor. ¿Qué fue de aquel sueño imposible? Ante tanto silencio el vasto océano parece vacío. El desengaño puro, un gesto de resignación mental.

Acostumbrado al milagro de los signos, la obra de los tiempos, la gradual ascensión de la poesía desde su origen. El poeta arrojado sobre la brasa de la revelación. La tela del mundo, y la trama y la urdimbre.

De lo creado en silencio. Un lenguaje superior al lenguaje que en lugar de encubrir desnude el pensamiento.

Todo me duele. El clavo en la mano izquierda, los golpes del martillo. Mucho más la cabeza, la corona de espinas. Siempre la misma escalera. Los mismos corredores y la puerta cerrada. Siempre la misma oficina, una cifra entre cifras, un número pegado a las espaldas por el jefe de turno. Extranjero de sí mismo armado solamente de pensamientos que se niegan tan pronto se afirman, te guía la pasión por encontrar la visión de los muros que te encierran. A mayor lentitud, más rapidez.

 

 

 

II

Aguardo la noche. No la que nace bajo los párpados cerrados. La noche impenetrable que reclama la mente para hundirse en ella. La noche virginal que hace brillar todas las cosas. La transparencia de lo verdadero en el cuidado empleado en ocultarla. Utilidad de lo inútil. Incoherente coherencia.

Búsqueda ciega de dificultades, signos y temas orquestados a través de los tiempos. Repetición monótona de la gota en la piedra. En el mismo lugar donde brota la pasión y se ahoga la razón. Todo aquello que nace de rehusar la razón de lo concreto. La encarnada visión de la apariencia. El mundo. Esa abundancia mítica en la escritura de la naturaleza. El lenguaje de todas las cosas en las extrañas conjeturas del azar. La búsqueda verbal de finalidad desconocida. El mundo que nos habla de su ausencia. El mundo, el tiempo y el ser. Leer de nuevo sus signos. Variaciones de una arquitectura basada en lo más simple: el aire.

Ni pesimista ni exaltador de la descomposición reinante. Vigilante testigo de las cosas y los hechos bañados de luz superficial. Cualquier apariencia, hoy en día, puede suplantar la realidad. El móvil, el móvil, el móvil, usurpadores triviales de la realidad. Nada digno de mención vendrá tras de nosotros que soñamos un mundo sin sangre, sin horror. Sin la exquisita exactitud de una cifra gastada en secreto. La ambición triunfa disfrazada de virtud. A veces despertamos, nos frotamos los ojos y no sabemos por qué hemos despertado. El sueño idiota de los buenos tiempos se volvió la pesadilla actual.

 

 

 

III

Cuentos orales, narraciones en voz alta junto al fuego. El soplo equivocado, a veces triste, como una carta que nunca llega a su destinatario. Tiempo perdido. Tiempo ganado. La sensación a veces de asistir al momento en que se apagan todas las luces del mundo. A lo mejor acaba de acontecer una historia dedicada a la paciencia de un oyente remoto, una novela sin principio ni fin, ni nada en medio. Los dioses venden lo que dan. Un epigrama puede ser una brizna de paja, la brizna de paja a que se aferra un moribundo.

Niño extraviado en ciudad perdida, sin saber de dónde vienes ni a dónde vas. Conciencia del olvido. Cada forma es un enigma, cada enigma, una forma.

Bajo el sol negro va trazando la tortuga sus signos en la arena, los signos de ese dios que no se nombra. El círculo que cierra la clave de otro enigma. La eternidad volando en la flor del instante. Espejo convexo: ironía. El reloj que nos oculta el tiempo verdadero, saltos y caídas de la palabra y el espíritu. El fuego de artificio en que te quemas. Mirada que te mira. Reflejo de una conciencia en otra. El mundo nunca es lo que aparenta ser. Apariencia desnuda. Desnuda por virtud de las palabras. El categórico pulso de las horas en el brocal del pozo. Pequeño y raro talismán recién desenterrado. Esplendor del origen y origen de esplendores. Nunca serás el mismo enteramente. Para ello has de salir y reinventarte. Perder el juego es olvidarse.

Deseamos la forma que el deseo impone. Amar es diferente. Una carrera que termina con la muerte. El corazón es el tiempo. El tiempo que se alcanza a sí mismo. Oscilación del instante. Vaivén del erotismo. La estrella solitaria que brilla en su fijeza, su resplandor que guía la travesía el centro del imán.

 

 

 

IV

Fornicación sin fin de ruedas y poleas. Reproducción, simplificación, y multiplicación de procesos vitales. Todo el ruido incoherente de la historia. Furor mecanicista. Cada día se inventan tantas cosas, menos aquellas que nos hacen falta. Soy todos y estoy en todas partes. Perdida para siempre toda señal de identidad. Contra todo sistema y toda forma de gobierno. Contra los amos y el despojo mundial. Contra los jueces que entregan las leyes al servicio de la corrupción. Solo soy yo y mi sombra, aunque algunas veces mi sombra es más yo. El yo que es un desierto donde a veces presiento la presencia que jamás se muestra en su totalidad.

Árboles, nubes, piedras, el fugitivo río suspendido en un vacío intemporal. Nadie habita el instante, tampoco el futuro. Lo que nunca se dice, aquello que se oculta en el mar tenebroso del lenguaje. Memoria del olvido. Adivinación y certidumbre. El peso del pensar otorga gravedad a la palabra. La naturaleza se oculta. Hay que encontrarla. Tiempo hecho música, piedra, palabra. Presencia del pasado continuamente presente. Negación del mundo que llamamos real, afirmación de la realidad de la imaginación y el deseo.

 

 

 

V

Una carcajada escondida dentro de un sollozo. La esperanza en el horno de la duda. La duda o el impulso que transforma el corazón en un reloj sin cuerda. Gracias a ella el fin vendrá, la matemática ecuación. Hace falta un cuchillo afilado en la cirugía del pensamiento moderno.

Arriba el cielo, testigo de tu cósmica insignificancia, inmutable, nada dice que sobrepase la blancura de la página. El pensamiento pesa tanto que las palabras no pueden arrastrarlo. Nuncio de penas y desilusiones, sol negro que alumbra la ciudad de los muertos.

Amanece. Cada vez el tiempo nos aleja de la perfección original. No creer en los sueños equivale a darle más alas al demonio. ¿Aparecer para ser? O ¿ser primero y aparecer después? Todo se lo ha llevado un viento de palabras nuevas. La ausencia sin fin que supone la muerte. El nombre del hombre que nunca existió. El temor al vacío. Bosque moribundo. Imagen que devasta la ecología de la mente y el corazón. ¿Nos llevará este tiempo a la barbarie?

Pastor del ser, lugarteniente de la nada. Palabra liberada de toda servidumbre, iluminado relámpago de un hecho inesperado.

 

 

 

VI

Por todo lo temido hay siempre una esperanza. La ausencia es ese viento que apaga al fuego diminuto e inflama al inmenso. Carcajada doliente, diamante quebradizo. Mientras vivimos no existe la muerte, y cuando viene nosotros ya no estamos. Cuando nada te queda eres todo como la nada o el vacío. El vacío que engendra plenitud.

Fuera del culto al lucro a extremos de vértigo, del mundo y los dominios del demonio. Fuera de todo juego. Inestabilidad como rechazo. Mosca terca chocando contra el cristal de un ventanal cerrado. Lo que causa extrañeza no sorprende, lo que sorprende es que exista algo que no cause extrañeza. El cuervo que grazna durante una larga tarde de invierno, un rosario de historias increíbles. Un joven triunfante con el cerebro en sus bolsillos. Por mucho que se aprenda nunca se aprende a ser quien no se es.

No hemos nacido para estar dormidos sino para estar despiertos en la más larga noche de esta historia. Poco a poco vas encontrando la forma de fabricar silencio, en el ensueño de creer que la vida nos va tatuando en la piel la tinta del azar.

 

 

 

VII

Mientras pasan los años uno termina por vincularse más a la muerte que a la vida. Como el aliento en el cristal se desvanece en tanto apartamos nuestro rostro, así la vida. Tras la ventana lo visto sigue ahí. Todo aquello que un día quisimos dominar y ahora nos domina. La tarea de fijar para siempre todo el horror del mundo.

Pensar, agudizar la idea. La perspectiva que da la lejanía. La realidad más intensa que la realidad. Libro cerrado cuyo contenido ignoramos. La contingencia del tiempo en que se vive. La mirada hacia atrás que percibe la nada. Muerte de Dios en el alma de un niño súbitamente enfrentado al mal.

 

 

 

VIII

Sin esperanza, sin fuerza ni poder, sin interés. Nada. Sin posesión, sin tiempo ni emociones. Sin deseos ni necesidades, sin opinión, ni planes, sin futuro. Nada que decir ni explicar. Nada que probar ni profetizar. Sin preguntas ni respuestas. Nada que argumentar, exigir, simular. Nada que comprar ni vender. Nada que conservar. Sin esperanzas ni tristezas, sin alegrías, ni falsas expectativas. Sin misterios ni secretos. Nada que juzgar, nada que lamentar. Nada que temer. Nada que vencer, seducir o conquistar. Nada, por fin nada. Nadie a quien culpar. ¿Al caballo o la herradura? ¿A la piedra de afilar o el cuchillo? ¿A la pluma o el tintero? Al muerto por meterte en sus zapatos, pobre señor de los anillos.

La caída mortal en el abismo de la nada. No es por nada, es por algo. La sensación de estar a las puertas de un hecho inesperado. Un milagro de la razón. Una lluvia de astros provocada por el entendimiento, la comprensión del pensamiento. El ser y el estar. La palabra que alumbra en los rescoldos del silencio. La vibración del grillo solitario en la profundidad de la noche. Purísima crisis del fósforo ante la majestuosa humildad de la ceniza.

¿Es realmente la vida demasiado compleja? Pobre hombre pobre siempre escondido en la pantalla del móvil. Libro abierto sin pies ni cabeza. Siempre en el aire siempre. Siempre en la nada. Milagrosa substancia en que cabe el vacío. El vacío de todo contenido, conspiración perpetua de todos los sentidos contra la muerte inexorable de las cosas.

Llenar la Nada, su página infinita, de palabras y pensamientos convulsos. ¿Todo para qué? Por nada. Para bien de la nada que siempre se queda con todo.

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