Me llama por cobrar

Julián Herbert

 

ARQUEOLOGÍA VISCERAL

 

Hurgar entre las cosas

que te pertenecen.

Y entre las cosas

que no te pertenecen.

Y entre las tarántulas.

Y entre las águilas disecadas.

Hurgar entre las patas de conejo

y en los clósets donde asfixias lo que eras

y en la hormiga de seda –perla y ojo– de tu amante

y en el agua del río y en la basura.

Sobre todo en la basura. Porque hurgar

tiene forma de instrumento quirúrgico,

ese manubrio hidráulico o camilla

y luego un filo arriba y otro abajo y otra

vez arriba: no

cercena sino que desagalla, no

traspasa sino vuelve: anzuelo: hurgar

en el cuaderno de corte y confección

que llevaba tu mamá.

Hurgar entre la mierda

en busca de una pastilla de jabón.

Los materiales son infinitos.

Las herramientas son escasas.

Las cosas no han cambiado mucho

desde que el fuego capituló: todavía no sabemos

hurgar en el resplandor.

Hurgar es una herramienta,

no una revelación; es

un repaso: su filo

regresa más que traspasar. Es un

anzuelo.

Tal vez por eso su nombre

(más que a un verbo)

suena al nombre

de unas ruinas acadias:

Hurgar.

 

 

 

QUÉDATE QUIETO

 

esto no es agua

no son constelaciones

su rumor abrasivo de lápiz contra el cielo

éstas no son estrellas fugaces

que

circunvuelan con dedos de fósforo

las tetas de Andrómeda

esto no es agua

no es ni siquiera la noción

de que la materia es capaz de desear

de desear-se al margen de nosotros

no hay bastante filosofía de la mente

ni suficiente zen para explicar

el socavón

esto no es agua

esto es el cuerpo de mi novia en un hotel

martajado por una gran mano de piedra

esto es mi cuerpo que se mueve sobre ella

con una adolescente destreza pasajera

esto es el único futuro disponible

para una especie destrozada por la autoconciencia

“quédate quieto”

dice mi novia muy bajito

y me toma por la espalda

sus manos enlazadas

y me coge

al son quirúrgico bromista encabritado

de una ola cuando te revuelca

yo intento abrir los ojos allá abajo

otear entre la arena

defenderme

sujetar con los puños

los cuchillos del agua

que me zurce

pero es que esto no es agua:

es la ansiedad de resplandor

que deja el tacto cuando te disuelve

 

 

 

MANUEL BANDEIRA ME LLAMA POR COBRAR

 

Así quisiera yo mi último poema:

Los narcococos cayeron en Jujuy

(dodecasílabo neobarroso to-

mado de un periódico);

navaja negra el derecho de Caín;

nadie hablaría de ángeles

si las nubes portaran armadura;

la fantasía es un lugar en donde llueve;

el plagio es otro lugar en donde llueve;

la lluvia es un lugar fantástico desde un ángulo recto.

 

Así quisiera yo mi último premio:

que viniera con muchísimo dinero

(dodecasílabo didascálico y feraz),

que tuviera la llama de los diamantes

que se suicidan casi sin perfume

y la pureza de las cosas

que sollozan sin explicación.

 

Así quisiera yo mi último amor:

que fueras tú,

que fuera un aguamala,

que fuera el tren transparente del mezcal,

que fuera el lujo marchito de beber a solas,

que fuera mi hijo menor con el cabello cortado a lo mohicano

y con un hacha,

que fuera lento,

que me diera suficiente oscuridad,

que tuviera chispas de tigres debajo de las uñas,

que fuera mi rehén y se callara.

 

Así quisiera yo mi último cuerpo:

arrodillado,

vacío de dolor,

pidiendo una limosna

en el umbral del dolor.

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