Limpia, de Alia Trabucco

Oriette D'Angelo

 

 

Las manos que cuidan

 

Día 1

Comienzo a leer Limpia de Alia Trabucco y me interpela: «Mi nombre es Estela, ¿me escuchan?» (10). No sólo me interpela por el uso de la segunda persona del plural, sino porque me anuncia que la historia que va a narrar tiene varios comienzos. El principio me anuncia la muerte de una niña que está al cuidado de Estela, quien trabaja para una casa de familia clase alta en Santiago de Chile. Su trabajo consiste en limpiar, cuidar, mantener, pero también en lidiar con los arrebatos de sus empleadores: «el señor» y «la señora», ambos desapegados e indiferentes hacia lo que les rodea.

Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983) es narradora y escritora. En 2014 publicó La resta (finalista del Premio Man Booker International), una novela que le valió el reconocimiento internacional y que expone, en parte, los horrores de la dictadura en Chile. En el 2019 publicó el ensayo Las homicidas, ganador del Premio de la Academia Británica para el Entendimiento Global 2022. Luego, la novela que nos convoca, Limpia, fue publicada en el 2022, obteniendo el premio Mejores Obras Literarias otorgado por el Consejo Nacional de las Culturas y las Artes chileno.

«La pieza» donde se aloja Estela le es ajena. Allí vivió durante siete años y nunca pudo reconocerla como suya. «La señora» la sigue y luego la evita, dándole espacio a Estela para que se acomode dentro de la casa. Apropiarse de un espacio a través del trabajo es, entonces, la manera como se presenta este personaje. El lector la sigue desde la cocina hacia la sala y desde la sala a los cuartos y al principio Estela lo hace todo y también nada: «Esa primera semana ni siquiera sabían cómo llamarme. Se les entrometía el nombre de la que había trabajado antes que yo en esa casa.» (19)

Me propongo leer este libro en cinco días, dividir 50 páginas por día y hacer un diario de lectura que también funcione como una reseña. Me tomo licencias como lectora y quiero, al mismo tiempo, que este libro se mezcle con la inmediatez de su análisis. Ir por párrafos, leer con atención, entender el proceso con el que Trabucco teje esta historia con minuciosidad. Interpelarme desde el inicio hasta apropiarme de lo escrito y soltarlo entre estos párrafos.

La niña, Julia, nació una semana luego de la llegada de Estela, quien desde el principio se asume como su cuidadora. Esta labor de cuidado se verá reflejada en las primeras palabras de la niña: Na-Na, lo cual es motivo de conflicto con la madre, quien decide mentirle a su esposo y decir que su primera palabra fue «mamá». «La señora» nunca observa a Estela, quien es solo una sombra en el universo de quehaceres domésticos: «Abrir los ojos, levantarse, meterse rápido a la ducha. Ponerse el delantal, atarse el pelo, entrar a la cocina.» (31) Su condición de «otra» alcanza su apogeo en una escena donde Estela se prueba un vestido de la señora y ella la descubre. Luego de quitárselo, Estela va a ponerlo de nuevo en un gancho y la señora le dice: “Mejor lávalo, Estela.” (38) Condición de otra de piel sucia para los ojos de quien solo sabe y puede mandar.


Día 2

En un buen sentido, Alia Trabucco no deja nada para la imaginación. Describe con precisión los movimientos y quehaceres de Estela: si va al supermercado, si prepara un pollo o un pisco sour, si «la señora» la mira o no la mira. En mi diario de lectura quiero decir que esta precisión me gusta porque me sitúa en la historia como si estuviese viendo una película. Pienso, entonces, en La nana (2009), una película chilena dirigida por Sebastián Silva donde también hay una empleada doméstica agotada y con las manos ocupadas todo el tiempo. Estela me recuerda a esa nana en su labor de incansable cuidadora, organizadora, alimentadora, protectora, eje central del funcionamiento de un hogar que esconde secretos.

El libro avanza en su interpelación: «Es la impaciencia… ¿Eso les pasa? ¿Les hormiguean los dedos de las manos? ¿Les duelen las nalgas sobre las sillas? ¿Se muerden las cutículas a la espera de la ansiada causa de muerte?» (64) Todavía no se sabe a quiénes les habla Estela, pero se puede intuir que está prestando una declaración. Como lectora, me siento parte de esa audiencia que espera y quiere saber cómo muere una niña pequeña que está a su cuidado.

Trabucco también narra constantemente la necesidad por nombrar las cosas: los árboles, la comida, los quehaceres, los dolores del cuerpo, las miradas insuficientes: «Las palabras dejan huellas en su camino y dibujan surcos imposibles de borrar.» (65) Avanzo y también quiero ponerles un nombre a las cosas, apropiarme de ellas hasta hacerlas polvos. Mi problema es el agotamiento: quiero ser infinita tanto como también quiero que esta lectura lo sea.

A los siete años, la niña aprende a nadar. Empujada por su padre, la piscina no es suficiente para contener el aleteo. Luego de empujarla varias veces y con su cuerpecito en el fondo, la niña se impulsa para poder respirar: «Al cabo de un rato el señor consiguió sostener a su hija por el estómago y que ella flotara boca abajo. Aprendía rápido, la niña. Todo lo aprendía con urgencia.» (81) Y quizá lo aprendía con urgencia por ese final inminente que ya conocemos como lectores, por ese soplo de vida que pronto será un último viento atrapado en la boca. La niña también era solitaria, mordía a sus compañeras de clases y fracturaba sus propios dedos. Peleas, desencuentros en el colegio. En el fondo era una niña triste aunque sus padres no pudieran verlo. No sólo la empujaban desde el borde de una piscina sino también desde el borde de la vida misma: infinitas clases extracurriculares, piano, karate, danza, francés. Sus padres querían a una niña «completa», educada y obediente para destacarla en diversas artes. Pero ella era una niña triste que llenaba de tierra la boca de la nana.


Día 3

Estoy ansiosa y aun así tomo café. Pienso en esta historia constantemente: al despertarme de madrugada y sentir el impulso de seguir leyendo, al desayunar, al tomarme mi segunda taza de café, al escuchar a mi banda favorita. Quiero desentrañarla en este espacio sin decir demasiado, sin arruinar el tono con el que Trabucco escribe. Hoy es miércoles y planeo dedicar mi tarde a la lectura de este libro, quizá terminarlo antes de lo previsto, empaparme en sus páginas hasta calmar mi ansiedad.

Cuenta que un día apareció la Yany, una perra callejera que sigue a Estela hasta su casa. La perra exige cariño, comida, respeto y atención. Estela pierde la paciencia con sus ladridos y en un momento la golpea para luego acariciarla. Hasta ahora, es el segundo momento del libro donde le hace daño a un ser indefenso: el primer momento fue cuando le gritó a la niña porque no la dejaba en paz; este fue el siguiente: «Mi mano derecha se cerró en un puño. Por última vez, le dije, cállate, quiltra de mierda. Pero no supo, no pudo callar su hambre de animal salvaje.» (115) Después de ese golpe vino el encariñamiento, gestos de ayuda y compasión hacia ese animal que también buscaba aprovechar el desagravio. La niña también supo de la Yany y, al tratar de escapar de un nido de ratas enfurecidas, supo del tacto de sus colmillos en su pierna. En ese momento, niña y Estela decidieron mantener un secreto: «así que prometimos no decir nada. Ni la niña ni yo. Y nada bueno sale de un secreto. Eso escríbanlo por ahí.» (137)


Día 4

A medida que avanza la historia, mi ansiedad disminuye. Me gusta saber de la personalidad de Estela y de la niña. Alia Trabucco humaniza a sus personajes hasta mostrarnos sus huesos. Me interesan los personajes contradictorios y poco tibios, esos que viven su propio relato de manera intensa sin esconder nada. Así son Estela y la niña, un cuerpo de agua cargado de plomo.

La madre de Estela, en el sur, muere y esta parte de la novela tiene que ver sobre su relación con el duelo: «En el sur, mi mamá muerta. Nunca sabría si ese hombre la había lavado y peinado. Nunca sabría si había escogido el vestido de encajes, si le había cruzado las manos sobre el pecho, si había cantado para despedirla.» (152) El duelo ya estaba anticipado porque, en otras instancias de la novela, Estela reflexiona sobre la inminente muerte de la madre. No puede verla muerta, así que la imagina, pasa por el período de la negación y de la culpa, hasta que entiende que no volverá a tocar más nunca las manos de su madre. Y con la muerte, llega también el silencio. Estela calla y deja de responder, empieza su actitud robótica ante la vida, máquina de complacencia que ya estaba instalada en su cerebro por costumbre: lavar, planchar, cocinar, cambiar las sábanas, cuidar; lavar, planchar, cocinar, cambiar las sábanas, cuidar. Atender a quienes no le prestan atención y poco quieren tener que ver con ella: «Mi silencio comenzó después de la muerte de mi mamá. No fue intencional. Tampoco un castigo. Un laberinto, tal vez, si necesitan definirlo, y cuando llevaba allí demasiado tiempo ya no pude encontrar la salida.» (159)

En medio del duelo, la Yany vuelve y también entran a robar a la casa, lo cual deja a la niña traumatizada y sin poder dormir por varios días: «La niña había vuelto a orinarse en su cama y para que volviera a sentirse segura, la verdadera dueña de esa casa, contrataron a una empresa de seguridad.» (190) Sus padres también la forzaron a seguir la vida con normalidad, ir al colegio y tratar de llevar una vida como la que tenía antes del robo: triste, llena de obligaciones, infeliz.

En medio de todo, la niña descubre que la Yany ha vuelto y se siente feliz. Si bien Estela se alegra, sabe que también habrá un final inminente. Como decía su madre, la muerte siempre venía de a tres y este mantra persiguió a Estela hasta que, efectivamente, la señora descubre a la perra en la casa y le ordena a Estela sacarla de allí. Pero la señora, con una manguera, saca a la perra hasta que el agua hace contacto con el cerco electrificado que la termina electrocutando y Estela debe tomar una decisión: «Me paré al lado de la Yany y vi que su vientre se estremecía. Por última vez la miré, pestañeé muy lento y, sin dudarlo, apunté entre sus orejas, destrabé la pistola y le metí un balazo en su cabecita suave, de perra mansa, para siempre buena.» (201)


Día 5

La muerte de la perra me trastoca y pienso en ese mantra, en esa idea de que la muerte viene de a tres. Esa es la segunda de la tríada. La siguiente, entonces, será la de la niña. A este punto de esta reseña, me siento insegura de todo lo que he escrito. No sólo siento que no le hago justicia al texto, sino que estoy develando demasiado de la historia, que estoy escribiendo una reseña con spoilers. Quisiera, entonces, reflexionar sobre el propósito de esta reseña, sobre la idea de hacer un diario de lecturas donde no le cuente todo al lector. Pero lo veo imposible.

A Estela la despiden por todos los secretos que guardó. Termina, así, su etapa de siete años dentro de una casa donde lavó, planchó, cocinó, cambió sábanas y cuidó. Sin embargo, llega ese momento en el que la niña muere ahogada. Estela se pregunta cómo una niña que nada perfectamente se precipita a la piscina y deja de respirar. La madrugada es el escenario de esta escena y Estela descubre su cuerpo flotando, intenta salvarla pero ya es muy tarde. Una niña de siete años que se ha suicidado. En esta etapa, no hacen falta las citas: hay un cuerpo en el agua y Estela despierta a los padres para darles la noticia. Así termina todo. Así los soplos de una vida.

Limpia de Alia Trabucco me lleva por una historia cargada de silencios y de secretos. Estela, esa «empleada», los conoce. Es la verdadera matriarca del hogar y el libro da cuenta de la precariedad en la que viven las empleadas domésticas, siempre observando en silencio, participando poco, siempre al margen y, sin embargo, motor de funcionamiento. El lenguaje empleado cuenta y realza esos elementos. Trabucco me empapa de una historia que no se puede contar de manera inmediata porque, como lectores, necesitamos los detalles, necesitamos humanizar a los personajes que desde el principio se presentan ambivalentes. Es una ambivalencia honesta, desde la raíz. Podemos ver la sangre de los personajes, el latido de su corazón, la vida secreta de los padres, la infelicidad de la niña y a Estela siempre observando, siempre cargándose de aquello que es ajeno y al mismo tiempo viviendo en soledad un duelo perenne: la insatisfacción de haber dejado el sur y a su madre, el encariñamiento con una mascota a la que no puede llamar mascota, la contradicción por lo que siente hacia la niña, traviesa y solitaria a ratos, la poca comunicación con los patrones, conversación siempre cargada de mandatos y unidireccional, los amores fugaces donde priva el cuerpo, la poca conexión que debe tener hacia lo que le rodea. Limpia es, entonces, el mandato de una vida, la construcción de un relato donde se impone el orden y el detalle, donde Trabucco teje el paso por el mundo de unos personajes complejos y acomplejados, un relato para diluirse en una historia cargada de matices. Es, entonces, un libro para la interpelación y la incomodidad.

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