La reivindicación de los ladridos

Oriette D'Angelo

Luna Miguel. El coloquio de las perras. Madrid: Capitán Swing. 2019

En el año 2016, la editorial española Drácena publicó el libro Reencuentro de personajes (1982) de Elena Garro y lo promocionó con una faja que mencionaba que la autora era «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admiradora de Borges». Días después, la profesora de literatura Camila Paz Obligado publicó en Facebook una foto del libro junto a un mensaje que retaba a sus contactos a encontrar una faja en la que se vendiera a su autor por su relación con las mujeres. La publicación tuvo miles de reacciones y cientos de comentarios, despertando una ola de críticas que pronto ocasionó que la editorial se disculpara y retirara la faja del mercado. Elena Garro, guionista, periodista, dramaturga, cuentista, autora de libros como Recuerdos del porvenir (1963), Testimonios sobre Mariana (1981) y La casa junto al río (1983), estaba siendo promocionada en relación a las figuras literarias que también la ensombrecieron.

Para intentar sanar esta y otras fallas, el libro El coloquio de las perras de Luna Miguel es un libro necesario. La autora afirma lo siguiente en el texto que sirve de prólogo al libro: «Hay rabia, porque lo que me trae hasta aquí es un catálogo de ausencias» (11). Desde el inicio sabemos entonces que estamos ante un libro que quiere reivindicar las voces de las escritoras que no contaron con los mismos privilegios que algunos de sus colegas hombres de la época. La respuesta ante la exigencia de la reivindicación de sus voces suele ser casi siempre la misma: la literatura no tiene género. Una forma de decir que no importa la mano que escribe, que solo importa la obra. Una forma autocomplaciente de justificar el machismo literario que también ha servido para determinar quiénes entran en el canon, en aquello que debe ser leído y que, por lo tanto, gozará de toda la publicidad disponible para su difusión. Lo cierto es que esa revisión sí es necesaria. Sí importa la mano que escribe. Sí importa el género de quien escribe. Sí importan todos los intentos reivindicativos que busquen rescatar sus obras. Eso es, precisamente, lo que nos trae a este libro.

El coloquio de las perras habla de las obras de Elena Garro, Rosario Ferré, Pita Amor, Alcira Soust Scaffo, Aurora Bernárdez, Gabriela Mistral, Agustina González, María Emilia Cornejo, Eunice Odio, Marvel Moreno, Victoria Santa Cruz y Alejandra Pizarnik. Algunos nombres suenan, otros  no  tanto. Nombres que consiguieron ladrar más fuerte que otros, pero que a su vez fueron asociados con comportamientos que buscaron aplacar sus logros literarios. Intentos de suicidio, suicidios exitosos, relaciones tóxicas, comportamientos erráticos, coqueteos con la locura, alcoholismo, abuso de sustancias, entre otras etiquetas que sirvieron para burlarlas, desecharlas y olvidarlas. Muchas de ellas quedaron ladrando desde las cenizas (Alcira Soust Scaffo, por citar un ejemplo) y otras, como Alejandra Pizarnik y Gabriela Mistral, se abrieron paso a las etiquetas y sus nombres lograron sonar un poco más fuerte. Podríamos preguntarnos, entonces, ¿por qué se juntan en este libro voces desconocidas con voces de cierto prestigio? La respuesta quizá esté en una expresión a simple vista sencilla: a pesar de. Si como lectores somos capaces de reconocer el nombre de Alejandra Pizarnik, casi siempre se la asociará también con la depresión y el suicidio. Pizarnik fue una gran escritora, a pesar de su locura. Elena Garro produjo grandes obras literarias y es una importante referencia del realismo mágico, a pesar de manifestar opiniones políticas que la condenaron al exilio. Estas son, quizá, parte de las frases y excusas que se repiten hasta el cansancio. En estos nombres que se reivindican y se aproximan gracias a este libro, hay también manchas, consideraciones especiales, salvedades. Pequeñas grietas asociadas a ellas y que han impedido, en muchos casos, que las conozcamos desde su más absoluta pureza.

Trataré de ser breve

Luna Miguel teje con maestría los perfiles que nos trae en este libro. Escarba, investiga, critica. Y no lo hace de forma superficial, ni mucho menos desde la bandera de la mercantilización de las obras de estas doce escritoras, sino desde la más absoluta curiosidad. Miguel reivindica estos nombres porque quiere que los lectores de este libro sean los futuros lectores de sus obras. Con su prosa impecable, busca crear los puentes necesarios para que Elena Garro sea conocida por su libro Los recuerdos del porvenir (1963) y no por su relación con Octavio Paz. Para que al pasar las páginas y ver el nombre de Rosario Ferré, lo que salte a nuestros ojos sea la justificación del título de este libro, para que Ferré sea la mano que escribió El coloquio de las perras (1990) y que, en palabras de Miguel, se nos mencione un libro escrito para «demostrar en primer lugar que podía construir un ensayo mezclando una especie de realismo mágico tardío —o más bien surrealista, delirante— con una exhaustiva crítica literaria de corte feminista en la época en la que la literatura en español de “primera línea” carecía de tal cosa» (27). A su historia le sigue una carta de Miguel a Ferré donde, entre muchas cosas, le dice que «escribir es muchas veces robar, pero yo creo que escribir también es hacer justicia, o, por qué no, vengarse» (39). Luego, toparnos con el nombre desmesurado de Pita Amor, cuya libertad agitó a las más conservadoras consciencias y que escribió un poema llamado «He escrito diez mil sonetos», donde uno de sus versos dice «Pero es más lo que he callado/ que lo que ya he publicado»; el nombre de Alcira Soust Scaffo, nombre escondido tras otro nombre (en ella está basado el personaje de Auxilio Lacouture de la novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño), pero que también se desenvolvió casi como un fantasma semiactivo por el ambiente literario predominante del México de los años sesenta. Soust Scaffo, nombre que suena e interesa más allá del universo ficcional propuesto por Bolaño. Si buscamos a Aurora Bernárdez en Wikipedia, el nombre de Julio Cortázar sale 64 veces. El de ella, 38. Las secciones sobre su biografía en esta enciclopedia se dividirán en “Matrimonio con Cortázar”, “Divorcio de Cortázar”, “Muerte de Cortázar” (¡vaya! Yo creía que estaba leyendo sobre Bernárdez). Pero lo cierto es que Miguel nos cuenta que Bernárdez no solo era traductora literaria, sino que también «iba llenando cuadernos de notas vitales, de poemas trabajados una y otra vez y de cuentos breves a los que se entregó sin prisa y con la pureza de quien escribe sabiendo que nadie le leerá nunca» (58). Es decir, tenemos a una Bernárdez-escritora de la cual puede que no sepamos lo suficiente; Gabriela Mistral, la primera y única mujer latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura y de quien solo son ampliamente conocidos los poemas en rima que incluyen en los libros de texto de literatura para usar en el colegio, también cuenta con una prosa y ensayos menospreciados por el canon literario; Agustina González, a quien Miguel define como la «escritora futurista más experimental y radical de la Generación del 27» (83) y que durante el Golpe de Estado de 1936 fue detenida y fusilada «por puta»; María Emilia Cornejo, autora del célebre poema «Soy la muchacha mala de la historia» y que también se reduce por críticos como José Rosas Ribeyro y Francisco Izquierdo Quea a una autora mediocre que no sería nada sin los tres poemas de queja por los que es conocida hasta ahora; Eunice Odio, una de las máximas exponentes de la poesía costarricence que terminó supultada en una tumba ajena; Marvel Moreno, autora de la novela En diciembre llegaban las brisas (1987), sepultada literariamente por sus herederos y descrita constantemente como una mujer preciosa, delgada, exótica y de ojos maliciosos (yo queriendo saber de su literatura y hay críticos que solo ofrecen hablarme de su cuerpo); Victoria Santa Cruz, compositora y poeta peruana que recibió constantes muestras de odio racial. Y por último, Alejandra Pizarnik, esa autora “maldita” que decidió escribir sin complacer y que nos hizo parte de sus demonios desde la carnalidad.

El coloquio de las perras de Luna Miguel es una reivindicación de nombres y nombrar también es una forma de venganza. La autora propone un catálogo que busca crear puentes, fomentar la curiosidad de quienes queremos conocer obras y no solo mitos, porque si algo une a todas estas autoras es precisamente eso: en las épocas donde debían tener voz por su literatura, fueron aplacadas por los mitos creados a partir de sus historias personales. Leerlas hoy es también una forma de vengar al canon que las condenó.

Carta a Luna Miguel (o todo lo que nos ha traído hasta aquí)

Querida Luna:

Voy a ser directa: cuando te conocí en el año 2012 supe que terminarías escribiendo un libro como El coloquio de las perras. En aquel año, cuando de casualidad empecé a seguir tu blog, me encontré con una poesía tenaz y arrolladora. Tenemos la misma edad, así que empecé a leerte como quien intenta encontrar en otro su propia voz. Para la fecha, teníamos trayectorias distintas: yo estaba empezando a escribir, o mejor dicho, estaba empezando a asumir que escribía. A decirlo con fuerza. A repetirlo hasta el cansancio. Tú ya tenías varios libros de poesía publicados, y eras conocida por tus lecturas y recomendaciones literarias. Tú tecleabas y compartías las cosas que te gustaban, y yo te veía y procuraba leer aquello que a ti también te estremecía. Todo tu trabajo de difusión me sirvió para entender que yo también tenía una voz. Por eso hoy, en el 2020, te veo escribir sobre estas 12 escritoras y no puedo evitar querer darte las gracias a través de esta reseña. Ha sido largo el camino que nos ha traído hasta aquí: no solo han pasado ocho años desde nuestra primera interacción, sino que ambas nos hemos acompañado en nuestras distintas trayectorias. Hemos crecido y hemos mantenido nuestros ideales. Nos ha unido lo que precisamente nos trae al puente entre tu libro y esta reseña: el rescate y la difusión de las voces literarias que consideramos deben formar parte de algo. No podía pensar en otra forma de cerrar esta reseña que con una carta, un espejo de lo que haces en El coloquio de las perras cuando te diriges a las escritoras que rescatas. Solo me queda agradecer y recomendar la lectura de este libro, un libro que es también el eco del ladrido que nos representa.

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