Ferdynandów

Magdalena Camargo Lemieszek

a mi abuela

 

No hay nada para mí en Ferdynandów.
Su nombre incluso en sueños se me niega.
Nunca pisaré esa larga senda blanca
donde la tierra es tan delgada que parece arena.
Nunca me reclinaré a beber la sombra de antiguos robles.
Ni veré con inocencia
el hervor del agua teñirse,
entre las hojas de té,
mientras mi madre, acaso sin apenas yo saberlo,
repite aquellas cosas
sobre las que todavía escribiré.

Y no veré la pola amplia, amplísima,
tanto que por un instante
incluso el mundo hubiese querido ser
así de interminable.
Y en ese mismo sueño, hay ojos de lobo que me miran
y no tengo miedo
y pequeñas fresas silvestres me nacen de los dedos.
Y desde un raro relumbrar el rocío se tumba
en medio de violetas
y te sé ahí en aquel jardín que todavía cuidas.

E iré siempre por la vida anhelando probar sus aguas,
preguntándome qué se sentiría.
Tratando de dar nombre a esa sed.

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