El mapa de los silencios

Christian De León

Balam Rodrigo. Libro centroamericano de los muertos. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica. 2018

Balam Rodrigo, para esta nueva apuesta poética, se ha colocado el sombrero de cartógrafo. Nos propone un poemario que viene a señalar (con latitudes y longitudes exactas) los lugares donde cunde el silenciamiento en su México natal: es decir, el silenciamiento de los inmigrantes centroamericanos que pasan por este país en busca de la frontera norteamericana, esa violenta división marcada por el Río Bravo. Entonces, ¿cómo apuntar con el índice hacia dicho silencio? Aquí es donde se revelan las cartas planas del cartógrafo-poeta, su estratagema: trayendo a su poesía tantas voces como le sea factible. El molde formal es lo que Rodrigo mismo llama poema-palimpsesto: un poema que contiene voces que confluyen en su libro pasando por  tiempos precolombinos, coloniales y postcoloniales; que incluye al autor anónimo, al escritor conocido, a la persona común y corriente a la vez que a la voz poética; en el que se superponen voces cuyos ecos retumban en las historias tanto mexicana como personal del autor; finalmente, que aflora en las pupilas del lector y lo encara con la ética del silenciamiento.

Para este libro, Rodrigo prescinde de todo sensacionalismo y opta por proyectar, con mucha sensibilidad y a través de una diestra composición poética, las historias de los emigrantes. Los retazos de historias vienen a constituir una constelación de experiencias, aquellas que día a día sufren los centroamericanos que atraviesan México, lo cual viene a cuajar en una denuncia contra los criminales que les cometen fechorías; contra los cómplices silenciosos tanto como los cómplices del silencio; y, además, contra el statu quo del sistema que persevera la represión de los migrantes. Abundan aquí las crónicas de mutilaciones, de violaciones y de muerte. No, este no es un libro fácil de transitar. Rodrigo, ingeniosamente, nos pone en las manos el conocimiento de estos descalabros para luego dejar al lector confrontándose con la interrogante: y ahora que ya conoces, ¿qué vas a hacer?

El poema-palimpsesto va de superponer voces y registros para potenciar una idea, una suerte de condensación perspectivista. Esta superposición también se ramifica a la composición formal del poemario (seccionado en cinco partes, las cuales se enfocan en migrantes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y, por supuesto, México), la columna vertebral de la obra se compone de una apropiación de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas. Así comienza y también acaba la obra, además de que las palabras del obispo aparecen al comienzo de cada una de las cinco secciones antes mencionadas. La apropiación consiste en tergiversar las oraciones para acomodarlas a la historia contemporánea, trocando algunas de las palabras del obispo por aquellas de Rodrigo, que aparecen en itálicas.

La voz del antiguo defensor de los aborígenes latinoamericanos deviene en una creativa treta de denuncia, que señala que las condiciones de los migrantes de hoy en día son comparables a aquellas de los aborígenes durante la colonia y que hoy tomamos como desatinos históricos. Inmediatamente, se posa sobre el texto entero la disyuntiva: ¿es que no habremos avanzado desde los tiempos coloniales? ¿Nos habremos convertido entonces en lo que tanto repudiamos de nuestros colonizadores? ¿Repudio con el cual potenciamos y defendimos la independencia de nuestros países?

En las historias que aparecen en estos poemas, solo un manojo de emigrantes logra cruzar la frontera hacia los Estados Unidos, mientras que la mayoría o desaparecen de la vida del autor sin dejar rastro o mueren en el trayecto. «Todos los días veo pasar a las hileras de muertos,/ a los que migran sin llegar a Estados Unidos:/ parvadas de cuerpos en pena, tristes figuras humanas,/ barro entre los insomnes dedos de Dios». Las muertes que se proyectan ante el lector son gélidas, hipnotizantes; llevan a la conmoción sin necesidad de excesivas ornamentaciones ni empolvados poéticos dada la crudeza de los hechos.

«Tengo once años, ahora y para siempre» pone en marcha uno de los poemas-denuncias, documentando la muerte de un niño que atraviesa el país sobre el tren “La Bestia”, pierde el equilibrio durmiendo y cae a su muerte. Otro poema cuenta de un migrante que es secuestrado por los narcos y termina con su cuerpo encadenado todo con drogas. Le dicen que la llave la tiene alguien que le espera para recoger la carga del otro lado de la frontera, lo que nunca llega a realizarse porque el viajero muere de asfixia intentando estérilmente librarse de las cadenas. En otro, una muchacha, vendida a un prostíbulo por sus primas, termina fugándose de este con un taxista, pero queda embarazada. El hombre la asesina junto a su hijo nonato y los lanza al río.

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El viaje en “La Bestia” parte desde la portada, donde una foto monocromática muestra alrededor de 20 personas sobre el techo del medio de transporte. “La Bestia” es un tranvía comercial que transporta productos como cemento, granos y minerales a través de la geografía mexicana. Por ello, los centroamericanos se trepan al techo, librando batallas contra el mal tiempo, los tumbos del camino y el sueño, en un intento de hallar transporte seguro a través del vasto territorio mexicano. Ello nos da, en cierta medida, una idea sobre los embates que en la tierra esperan a los migrantes, cuando el transporte encima de un aparato conocido por su violencia se hace más viable. “La Bestia” atraviesa los poemas, con paso aterrador y constante.

Rodrigo parece conocer ampliamente la procesión del tranvía. Ello se hace evidente a través de varios poemas. La voz poética se remonta a la niñez, cuando jugaban sobre las vías férreas que “La Bestia” transitaba, las cuales estaban sitas justo al frente de la casa del niño Rodrigo. Los muchachos del pueblo, nos cuenta la voz poética, colocaban diminutas monedas sobre las líneas del tren para luego encontrar los rostros de las monedas desfigurados y a media mueca. Este es uno de los privilegios que brinda la poesía de Rodrigo, el recuerdo pueril que va a cuajar en una potente alusión a los temas abordados por el subtexto, en este caso, la desfiguración de las víctimas que se desploman inadvertidamente de los altos del tren. Esta práctica, la de cabalgar “La Bestia”, es tan común que muchos puestos médicos han surgido a través de su extensión para aliviar los fuertes acaecimientos traumáticos que conllevan las caídas de los emigrantes. Muchos de ellos también mueren por esta causa, sus cuerpos a la intemperie son rescatados a veces muchos días pasado el fallecimiento por las autoridades locales que apenas dan abasto para rastrear todas las víctimas.

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Aceptando el galardón del premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, Rodrigo da un giro inesperado a la génesis del Libro centroamericano de los muertos al afirmar que este «se comenzó a gestar a principios de la década de los años 70 del siglo pasado y hasta finales de los años 80». Rodrigo mismo, que nació en el año 74, habría oscilado entonces entre las edades de negativo 4 a 16 años de edad. Sin embargo, entendiblemente, no miente. Sus padres fueron obreros comunes (él vendedor de la calle; ella costurera) y durante la juventud de Rodrigo, ambos dieron albergue a más de 300 emigrantes que pasaban por Chiapas, uno de los destinos en el que los migrantes comúnmente convergen durante el traslado a través del vasto territorio mexicano.

Según se explica en el poema «Segunda fotografía de mi padre, mis hermanos y yo con migrantes de Centroamérica», durante los años 1981 y 1987 (mientras Rodrigo tenía 7 y 13 años de edad respectivamente), más de 300 centroamericanos conocieron la ayuda de sus padres, hasta que su padre y docenas de ellos «…compartieron el café/ y las tortillas en la mesa de cedro de nuestra casa». Una inclusión a notar en estas páginas es la de dos fotografías, elemento que ya ha aparecido en un libro anterior de Rodrigo, Braille para sordos, el cual contraponía su poesía con las fotografías de Diane Arbus. Pues aquí el medio regresa, más imbricado aún con la poesía, pues las fotos muestran a un joven Rodrigo rodeado de su familia y algunos de los centroamericanos con quienes compartió en su infancia.

Como panacea contra los ojos cerrados, el Libro centroamericano de los muertos nos enseña el mapa de este mundo para que su dolor nos abrase. Dos versos arrojan la tea: «El migrante es un ángel sin patria/ cuyo país es el dolor». Para este propósito específico, el de incendiarle los ojos al lector, Balam Rodrigo nos dispone dignamente la pira. Por lo demás, solo nos queda leer.

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