Dos poemas

Natalia García Freire

Nacer en Guagua

Toma mi cuerpo y haz algo bello
una magnolia, una piedra plana.

Ahora dime si esta, mi boca, no es la boca del geómido.
Eso dicen las escrituras de Guagua:
de la boca del geómido no saldrán luminiscencias, solo miasma.

El salto del equilibrista está en nuestra boca
y también la ballena roja.

El amor al trampolín está en el sueño del niño
como los peces
y las carpas.

Junta las manos y di:
Las carpas han partido.

La sed es el alma de los desvaídos
siempre secos
adentro solo roca, hueso duro.

Las cornamentas del alce son de madera.
Si las unes llega el tiempo del arca.
Un arca a la que suben todos los hombres y mujeres
y los que no son hombres ni mujeres.

Uno de cada.

Antes de dios los peces,
antes de dios las carpas,
antes de dios el plancton,
antes del plancton el miasma.
Una sola clase de espíritu
gelatinoso
moviendo su sagrada baba.

Antes de dios fuimos invertebrados;
la dicha de andar de manos, de panza, de rodillas, arrastrándonos.

En el vientre se forman los huesos,
en el vientre ya estamos inmóviles.

La quietud del hueso se mide en lágrimas,
la quietud de la mano en rasguños.

No estamos muertas.
Vivimos de espaldas al plancton:
quietísimas.
Es la beatitud
de la que se habla en Guagua.

 

 

Unas niñas

Todos los muebles agujereados, todos, y las cortinas que daban pena. Las camisas de los señores estropeadas y las sábanas, las cobijas, los manteles. Los libros carcomidos, los pocos libros, porque en Guagua nadie lee. Ante la tragedia, empezamos a cazar a las polillas con bolitas de naftalina, que parecían caramelos de menta, y más de uno de nosotros quiso comérselas. Las escondíamos en cada rincón, en cajones y baúles y todo olía a alcanfor y a aguarrás porque también fregamos y limpiamos. También los viejos nos obligaban a permanecer en vela, con un farolito, atrayéndolas hasta que se acercaban y de un manotazo las destrozábamos. Solo polvo marrón quedaba en nuestras manos.

Pero las polillas volvían y volvían. Devoraron cada vez más: alimentos, batas, toallas, cuadernos contables de los tenderos, dinero de los que prestaban. Por las noches solo las niñas empezaron a escuchar un zumbido en el cráneo y sus sueños también se llenaron de pequeños agujeros, por donde se colaban imágenes que jamás habían visto, animales extintos, tigres de Tasmania, dodos, rinocerontes lanudos, decían, bosques con plantas enormes, hipnóticas, y dormían un sueño de leche del que ya no querían despertar. Las polillas les dejaban sus huevos en los oídos y ellas los escuchaban eclosionar en un éxtasis purísimo.

Las niñas lloraron y rogaron, pero los viejos y los curas decidieron fumigar todas las casas y entraron hombres con trajes de astronauta a lanzar gas y poner polvitos por todos lados. Cuando la nube de gas se disipó y volvimos a Guagua, miramos tantísimas polillas que yacían en el suelo. Algunas movían apenas las alas. Las niñas miraban con cara de muertas, se lanzaban a tocarlas, pero ya no eran más que carcoma. Aquella noche, vi salir a las niñas, se juntaron en el parque y empezaron a caminar, aullaban y saltaban, renegando del ojo de dios.

Con el viento se fueron convirtiendo en polvo.

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