Diario nocturno

Lupita Zavaleta Vega

Claudina Domingo. La noche en el espejo. Ciudad de México: Sexto Piso Editorial. 2020

Una de las estrategias para lograr tener sueños lúcidos es llevar un diario de sueños. El esfuerzo por recordar lo soñado, pero también por encontrar elementos que se repiten, facilita que más tarde, uno sea capaz de cuestionar si está dormido o despierto y quizá tomar decisiones en la narrativa onírica. La potencia creativa o investigativa de los sueños no es algo nuevo. Desde los estudios del psicoanálisis, hasta el movimiento surrealista, el inconsciente y lo que los sueños pueden develar aparecieron como una posibilidad más para la búsqueda de libertad artística. La escritura de sueños trae consigo el reto de encontrar formas que permitan expresar la simultaneidad, la ruptura constante, que los caracteriza. Más allá de la escritura automática —pero en diálogo directo con la cualidad imaginativa y poética de las imágenes de, por ejemplo, Leonora Carrington—, Claudina Domingo en La noche en el espejo presenta un desafío: reconstruir la identidad de una protagonista a través de lo que la autora llama una «biografía onírica».

En esta novela, la autora invita a seguirle el paso a una personaje principal que no es fácil de asir. Su nombre es desconocido —incluso para ella—, otros la llaman «Samarcanda Belmontes» o le gritan «Íiiin», pero nada es fijo. Su identidad cambia a cada momento, igual que el escenario que la rodea. El libro se divide en treinta y seis apartados, organizados en seis capítulos. Cada uno parece tener una lógica o un planteamiento distinto, pero mantiene la sensación de seguir el hilo de una búsqueda o una huida constante. La protagonista cambia de nombre, edad, cuerpo, y se adentra en una ola de imágenes que mucho revela de su subjetividad.

Una mujer corre hacia su casa para recoger las acuarelas que va a exponer en una galería, una mujer recorre la Ciudad de México y todas sus transformaciones, una mujer rinde culto a la Coatlicue, una mujer se pierde en un bazar laberíntico, una mujer vive dos escenas simultáneas en el vaivén de un columpio, una mujer se deja llevar por la corriente del mar… Estas y otras más son las mujeres que se condensan en una sola protagonista, a quien el texto sigue de huida en huida, de un universo a otro, donde la fuerza de su historia desemboca en fascinación, no por la continuidad de una trama sino por la profundidad de la experiencia lingüística que es habitar la vida onírica de un personaje. La sensación de huida tiene que ver con el descolocamiento que la protagonista experimenta en cada nuevo universo que cruza. Huye tanto del sueño como de la pesadilla, porque no termina de entender en qué estado se encuentra. Claudina Domingo logra una forma escritural que puede contener la subversión del sueño, con todas sus simultaneidades y su potencia poética, al mismo tiempo que mantiene el avance de la novela.

La noche en el espejo condensa las mejores cualidades del resto de sus obras. La trayectoria literaria de Claudina Domingo inicia con su poesía, con libros como Tránsito, que ganó el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer en el 2012, o Ya sabes que no veo de noche (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2016). Más tarde, su libro de cuentos Las enemigas (2017) conservó la fuerza de sus metáforas, que permiten entender el estado interior de las protagonistas. En esta novela se une la complejidad narrativa y poética de los libros antes mencionados. Además es posible ver de cerca los intereses oníricos de la autora, pues algunas de las imágenes, escenas y motivos de su poesía anterior se rescatan para potenciarse en una narración cambiante, que se reescribe y se retroalimenta de la confusión entre la realidad y las suprarrealidades que crea (¿imagina, sueña, modifica, alucina o vive?) la protagonista principal. Tales como la madre oscura vestida de terciopelo que inaugura un banquete, el último hombre que sobrevive al apocalipsis citadino para mudarse a una iglesia abandonada, el personaje-papalote o la exploración del mar como un escenario perfecto para dejarse llevar en las aguas del sueño. Algunos fragmentos de poemas se convierten en narración, y en ese intersticio hay muchos más descubrimientos: para aprender a ver de noche, se necesita el espejo de la novela.

Igual que en un diario de sueños, la narración va dejando pistas que se repiten, a manera de guía dentro de este mundo. Repeticiones de lugares y obsesiones que van conformando a la protagonista, y los referentes «reales» a los que alude en su viaje, como su exposición de acuarelas, un mecenas gordo y la sensación de peligro. Asimismo, hay ciertos leitmotiv que atraviesan todo el universo: columpios, serpientes, casas perdidas, laberintos, el mar, la ciudad. Todo termina por plantear una pregunta central: ¿dónde termina el sueño y dónde empieza la realidad? O, mejor aún, ¿cómo la irrealidad de la novela revela la irrealidad de la realidad?

La personaje presenta también sus referencias literarias y artísticas: el impresionismo en las acuarelas que Samarcanda está por exponer, o su identificación con Scherezada por los mil y un sueños que atraviesa. En otras ocasiones, la tradición con la que dialoga aparece como un eco que está a punto de borrarse: «Hubo alguien, famoso, a quien le pasó algo así en mucha mayor magnitud: alguien que extravió algo o a alguien para siempre solo por mirar hacia atrás y verlo. ¿Quién?» (p. 60). Un ejercicio de memoria que parece que le corresponde al lector.

Hay escenarios reconocibles, en varias ocasiones Samarcanda recorre la Ciudad de México, el Centro histórico, Ciudad Universitaria. Hace un acercamiento a la naturaleza de los lugares, sus propias extravagancias. La experiencia de viajar en metro en la Ciudad de México se mantiene casi igual a la realidad: «¿Cuánto más podríamos seguir caminando, unos junto a otros, unos detrás de otros? ¿Cuánto más tendré que caminar? Con razón la gente camina con el rostro escurrido de tedio y fatiga: tienen que hacer esta absurda caminata todos los días solo para llegar al andén» (p.69).

No se escapa además, la sublimación de la violencia. El terror es parte del sueño, y la crudeza de las escenas que replican la violencia sexual del tiempo de la vigilia no pueden más que tener un efecto alarmante. Los sueños indagan la angustia de la psique de la mujer. Las palabras, además, se vuelven corpóreas, lastiman, son peligrosas: «las palabras la habían amansado tanto que tardó en comprender que el hombre penetraba su cuerpo de animal» (p. 98). En estas realidades alternas existe también la violencia sexual, el miedo hacia el Otro, la vulnerabilidad primaria del cuerpo de la protagonista. Es decir, las metáforas del mundo interior de Samarcanda no dejan de representar lo terrible del mundo exterior.

Por otra parte, la plasticidad y la sensualidad de sus imágenes resuenan a lo largo de toda la narración. La autora aprovecha increíblemente de la libertad que le concede el relato onírico. Resaltan, por ejemplo, los capítulos marinos:

Se siente, pausada pero ágil, pasar cada brazo por encima de su cabeza como un ala levísima que en el agua se vuelve una aleta fuerte: las piernas son pistilos de flores que nacerán en cualquier momento. El mar está casi tibio, atravesado desde abajo por el inicio de una frescura, le abre los pétalos que tiene enroscados en tierra firme. (p. 236)

O la forma en que las palabras que pronuncia la protagonista pueden interferir con el escenario en el que se encuentra:

Con un movimiento de la mano calla lo que sería pornografía de la voz y con otro lanza al cielo el dientecillo. «Estrellas» dice, mientras lo hace. Pero todavía es muy poco hábil porque en vez de estrellas surge una pedacería de lunas. Quizá la original sea la más grande, casi completa salvo por una mordida en la frente. (p. 90)

Escribir desde el sueño, no obstante, involucra un riesgo. En tanto el sueño puede ir a cualquier parte, la novela podría acercarse peligrosamente a un abismo de incoherencia en el que se desarmara. Cuando todo es posible, lo imposible puede dejar de sorprender. Sin embargo, Claudina Domingo libra este obstáculo. Los escenarios, las huidas, las diferentes Samarcandas se construyen de tal manera que cohesionan el universo del libro. Además, la autora utiliza recursos narrativos que de alguna manera se hermanan con la antiestructura de la experiencia que queda del sueño, como el ritmo que crea y la sensación de simultaneidad que logra.

El ritmo vertiginoso, con oraciones cortas y acciones acumuladas una tras otra, genera la sensación de ir cayendo y atravesando el agujero del conejo, que en este caso es el inconsciente de la voz narrativa. Los escenarios cambian bruscamente, en metro Samarcanda llega a una ciudad distópica o a la mitad de un bosque. La narración es capaz de generar, y este es uno de sus mayores logros, esa sensación de simultaneidad de los sueños. En «Bosque gogoliano» se vale del vaivén de un columpio:

Volví hacia delante e intenté descifrar, entre la velocidad del columpio, por qué manejaba un auto en un camino oculto si yo no sé manejar. Al regresar, el columpio se movió entre las ramas del parque en reversa: había otro camino, una enlodada vereda selvática, y allí caminaba una niña tomada de la mano de mi padre. (p. 168)

Aparecen también las transformaciones constantes de la protagonista. Las corporalidades cambian, como en el fragmento de «El niño», donde dos mujeres se rearman como una: «Nos subimos una encima de la otra […] Hay que bajar lo suficiente un brazo y anudarlo por la espalda de la otra para formar una cintura […] Horas de reproches e insultos para una sola mujer, pero al final lo conseguimos» (p. 180). O las reescrituras constantes que aclaran, precisan o modifican radicalmente la apariencia de algunos personajes.

Asimismo, resalta la decisión de alternar de manera, solo aparentemente, caprichosa entre la primera persona y la tercera persona focalizada. Recuerda indudablemente a esta sensación del sueño de no saber si algo se experimenta en la propia piel, o si se ve a sí misma desde afuera. De una manera u otra, la propia narración se convierte en un desplazamiento constante.

La noche en el espejo como biografía onírica o diario de sueños invita a encontrar pistas que permitan reconocer a su protagonista. Es un recorrido por el inconsciente, que materializa una visión sumamente honesta de la subjetividad. No hay más que aventurarse entre estas páginas oníricas para encontrar el reflejo de Samarcanda, el reflejo de la materia del sueño.

Top