Dentro y fuera: Punta Caracol en «Lo que soñó Sebastián» de Rodrigo Rey Rosa

Tingting Zhang

Las temáticas de las obras de Rodrigo Rey Rosa abarcan tanto la violencia urbana como la vida del campo. Sus novelas contextualizadas en los entornos urbanos cuentan con El cojo bueno (1996), Que me maten si… (1997) y Piedras encantadas (2001), entre otras, mientras que sus obras de temáticas rurales e indígenas en Guatemala incluyen Lo que soñó Sebastián (1994) y Los sordos (2012). La primera se sitúa exclusivamente en la zona selvática de Guatemala, mientras la segunda contiene escenas que se expanden desde la capital hasta los campos indígenas del occidente y el oriente (Rey Rosa y Martinetto 355). A diferencia de su compatriota Miguel Ángel Asturias, cuya mayor preocupación en la creación literaria fue la construcción de la identidad nacional y el proceso de modernización, Rey Rosa se empeña en revelar los conflictos internos de los proyectos nacionales del país durante el siglo XX y el agotamiento de la capacidad del estado nación en asimilar y resolver los conflictos de áreas tanto urbanas como rurales en la Guatemala contemporánea.

Lo que soñó Sebastián es una novela en la cual se nos presenta un sitio imaginario llamado Punta Caracol, situado en las áreas selváticas de Guatemala. Al pensar en las ciudades imaginarias de la literatura latinoamericana, la Santa María creada por Juan Carlos Onetti, la Comala de Juan Rulfo y Macondo de Gabriel García Márquez nos vienen a la mente. Estas ciudades míticas constituyen alegorías de las realidades uruguaya, mexicana y colombiana. En el ámbito literario de Guatemala, la Punta Caracol creada por Rey Rosa en Lo que soñó Sebastián puede ser leída como un espacio alegórico de la parte rural del país. Se trata de un sitio en que se concentra una pluralidad de fuerzas tanto locales como globales que ejercen poder en la sociedad guatemalteca contemporánea. La irresoluble conflictividad entre esas fuerzas que persiste en Punta Caracol termina por disolver el límite entre el interior y el exterior del estado nación, y pone en duda la legitimidad de los conceptos modernos como civilización y progreso, nublando el porvenir de una nación unificada e independiente que muchas generaciones de esta región, incluyendo Asturias, habían aspirado construir.

Punta Caracol es un lugar llamado el “Hong Kong de los Mayas”, porque es un antiguo centro del comercio de esta civilización. Al haberse comprado una propiedad en Punta Caracol y trasladado allí, el protagonista Sebastián Sosa empieza a tener contacto, muchas veces conflictivo, con otros habitantes de la zona. Entre esos conflictos, se nota sin embargo un agotamiento del sentido de justicia y moralidad, que está profundamente condicionado por la ausencia del rol regulativo del Estado, y por el fracaso histórico del movimiento nacional popular del siglo XX en atender adecuadamente a la cuestión ética. Como se muestra a continuación, el complicado estado psicológico de Sebastián, refiriéndose a su sensación contradictoria frente a la venganza realizada contra su vecino y su incapacidad de nombrar exactamente quién es su enemigo principal, puede ser leído como un síntoma de la Guatemala contemporánea.

Al principio de la historia, Sebastián demuestra un gran interés en las corrientes filosóficas que tratan el tema de la ética: «se le ocurrió que la ética podría, aquí, ser una lectura entretenida; porque en este lugar apartado de todo uno podía soñar con ser un hombre justo, un hombre moral»[i]. Se esfuerza por proteger los animales de la selva a fin de realizar una convivencia armoniosa con la naturaleza, por lo cual prohíbe cazar dentro de su propiedad. Esto causa enemistad entre él y los Cajal, una familia de cazadores con mucho poder e influencia en esta zona. Su poder en Punta Caracol se basa en una amplia red de relaciones que mantiene con los militantes corruptos y los inversionistas norteamericanos interesados en comprar pieles de animales locales, cuyo principal proveedor es precisamente la familia Cajal. La enemistad empieza cuando Sebastián se dispone a investigar la muerte de su vecino Juventino. El asesinato fue muy posiblemente cometido por Roberto Cajal, un miembro joven de la familia, pero ésta consiguió echar la culpa a Sebastián con evidencias falsificadas. Por esta razón, Sebastián tuvo que permanecer en la cárcel por un periodo de tiempo. Otro elemento, de corte privado, que aumentó el odio de Sebastián a los Cajal fueron los celos provocados en este por Roberto Cajal, el cual cortejaba a una mujer que se encontraba visitando a Sebastián. No está claro el motivo fundamental de nuestro protagonista, pero este decidió vengarse de Roberto. Para esto, diseñó una trampa para que el joven Cajal se involucrara en un negocio ilegal de reliquias mayas y luego informó a la policía para ponerlo en la prisión. Sebastián logró llevar a cabo la venganza con el auxilio del dueño de la cantina en que Roberto realizaba el negocio. De acuerdo con lo que dijo Sebastián en la carta dirigida al dueño para pedirle ayuda, su consideración al hacer eso estaba basada en el valor científico de los objetos mayas y en la pérdida que la comunidad sufriría una vez que las reliquias fueran transportadas al extranjero. Lo interesante es la sensación contradictoria que Sebastián tenía cuando había cumplido la venganza:

«Haber enviado a la cárcel a Roberto era una mezquina victoria, que había saciado su deseo de venganza, que le había causado un placer efímero, no exento de vergüenza. Si al mismo tiempo había logrado despertar el interés de los arqueólogos en la Ensenada— lo que podría contribuir a defender los animales y la selva— quizá su júbilo era justificado. De todas formas, una alegría absurda era mejor que una tristeza absurda, se dijo… Aun así, ¿no hubiese podido vencer a los Cajal de otra manera? Ellos no eran el enemigo principal. ¿Pero cómo enfrentarse a este? ¡Tenía tantos nombres!»[ii].

Recordemos que al principio de la novela Sebastián soñaba «con ser un hombre justo, un hombre moral» en «este lugar apartado de todo», pero la vergüenza que le ataca al ver castigada a la familia Cajal, junto con su incapacidad de nombrar el enemigo principal, solo revela la ausencia de una concepción definida de lo que es la justicia, y la imposibilidad de ser un hombre absolutamente moral sin ninguna sensación de culpa. Si pensamos en otras novelas de Rey Rosa, por ejemplo, en El cojo bueno, frente al daño que le ha hecho un grupo de jóvenes, el protagonista termina por elegir la no-venganza. Según lo que dice el autor en una entrevista con Raúl Rodríguez Freire, la no-venganza es «el único acto de libertad que podía tener este personaje». Dice que la venganza es «como casi una cosa automática» y, con la no-venganza, el personaje «logra liberarse de toda la espiral de violencia»[iii]. El entrevistador Rodríguez Freire, por otro lado, interpreta la venganza suspendida como una alegoría de la sociedad guatemalteca, en que «justicia, derecho e incluso nación ya no cobran sentido»[iv]. Es decir, la venganza deja de tener sentido porque el concepto de la justicia misma ha perdido su sólido fundamento en la Guatemala contemporánea. El orden social no está regulado por la soberanía estatal sino por un registro de fuerzas para-estatales: mercenarios corporativos, grupos tribales, bandos, narcos, policía-criminales, etc. La interpretación ofrecida por Rodríguez Freire de la insensatez de la venganza como una alegoría de la realidad guatemalteca, arguyo yo, hace eco con lo que dice el protagonista de Lo que soñó Sebastián sobre su incapacidad de identificar quién es su enemigo exactamente, así como su sensación ridícula con el acto de venganza. En otras palabras, la sensación contradictoria del protagonista frente a su venganza realizada está condicionada, a mi parecer, por la realidad guatemalteca caracterizada por la ausencia de la fuerza regulativa del estado nación, y la ausencia de una noción de justicia adecuada.

El colapso del sentido de justicia se representa también en la historia de Jacinto Gutiérrez, un prisionero que Sebastián conoce en la cárcel. Gutiérrez es un excombatiente que militaba bajo el mando de un sacerdote simpatizado con los insurgentes izquierdistas. Por la perspectiva de Gutiérrez, leemos una historia extraordinaria sobre cómo los residentes indígenas del pueblo chortís sufrieron pérdidas fatales por ser asediados en medio del conflicto entre el ejército gubernamental y las tropas insurgentes. Aquí notamos una crisis de la legitimidad de las actividades políticas de la izquierda engendrada por la responsabilidad moral que debe tomar por el daño que les ha causado a los pueblos indígenas. En este episodio de la novela, el sentido de justicia se vuelve ambivalente debido a la conflictividad irresoluble entre la ética y la política: ¿han sido los insurgentes un grupo de hombres justos y morales—ese mismo tipo de hombre en que Sebastián se quería convertir—al involucrar a los indígenas en su lucha armada, aun cuando lo hayan hecho en nombre de la “justicia” y la “moral”? En la novela, Rey Rosa no ofrece una respuesta a esta pregunta, sino que la plantea y nos la expone a nosotros, los lectores, para que la reflexionemos.

Lo que soñó Sebastián no es el único texto de Rey Rosa en que cuestiona la dimensión ética en la política de izquierda. En El material humano (2009), el narrador-protagonista asistió a un cursillo sobre “Violencia, poder y política” que tuvo lugar en Ciudad Vieja, Guatemala, e hizo una pregunta que causó disgusto entre la audiencia. Preguntó:

«Dado el hecho de que la base de la pirámide social guatemalteca son los indígenas, podía justificarse una lucha revolucionaria en su favor; pero como la mayor parte de los campesinos mayas son analfabetos, puede deducirse que no compartían la ideología marxista de los líderes revolucionarios. A la hora de tomar la decisión de cambiar “el escenario de combate” – después de la experiencia vietnamita y conociendo la nueva estrategia contrainsurgente de “quitar el agua al pez”– era natural pensar en el posible riesgo de una reacción del Gobierno que decidiera el exterminio de amplios sectores de la población indígena. ¿Fue esto—el hecho de poner en peligro de exterminio a ese sector particular de la población—objeto de debate?»[v].

No solo no había sido objeto de debate en el taller, esta pregunta fue además calificada por el doctor que dictaba el seminario como «sumamente antipática»[vi]. Similar al episodio en Lo que soñó Sebastián sobre el destino del pueblo chortís durante la guerra, este fragmento extracto de El material humano similarmente demuestra la preocupación constante de Rey Rosa sobre la cuestión ética en la lucha armada de los revolucionarios marxistas.

Además de la historia entre Sebastián y la familia Cajal, y la de los insurgentes durante la guerra civil, la presencia de los antropólogos y arqueólogos extranjeros también constituye un elemento clave de la novela. Aparte de los Cajal, Sebastián tiene otro vecino poderoso en esta zona, Richard Howard, un extranjero rico en cuya propiedad se suelen reunir antropólogos y arqueólogos que vienen de Europa, Norteamérica y Asia, atraídos por ese antiguo centro del comercio maya. Muchos de ellos compran reliquias mayas y hacen excavaciones en la selva en nombre de instituciones académicas. En alguna ocasión, Sebastián fue invitado por Howard a su casa para que unos arqueólogos extranjeros lo conocieran, pues esos querían hacer excavaciones en la tierra de Sebastián y necesitaban su permiso. Sebastián se lo otorgó, creyendo que los académicos podrían contribuir a la protección de la selva. Sin embargo, con el desencanto que sentía nuestro protagonista al final del banquete, se habría dado cuenta de que él servía meramente como un instrumento de la investigación que querían desplegar en Punta Caracol. Recordemos que, como para justificar su venganza y aliviar su extraña sensación de vergüenza, Sebastián se había dicho a sí mismo que su acto podría ayudar a despertar el interés de los arqueólogos para que contribuyeran a defender los animales y la selva. Pero la moralidad de los académicos extranjeros frente a la selva termina también por ser puesta bajo duda.

Hasta ahora, vemos que Punta Caracol, por más escondida y remota que se encuentre en las áreas selváticas de Guatemala, tiene concentrada en ella varias fuerzas locales. Por un lado, están la policía y los militares corruptos, y por otro, las células del crimen organizado entre la autoridad local y los residentes poderosos como la familia Cajal. Si echamos una mirada a la historia nacional del país durante el siglo pasado, descubriremos una complicada relación trilateral entre los insurgentes comunistas, el régimen militar y los pueblos indígenas. Asimismo, la zona está atravesada por fuerzas globales tales como las inversiones extranjeras y las actividades académicas de investigadores provenientes principalmente de países euroamericanos. Se encuentra en Punta Caracol una abundancia de intenciones, motivos e intereses, que devora a todos los que residen allí sin dejar ningún espacio tranquilo. Al principio de la novela, leemos que Sebastián soñaba con ser un hombre justo y moral en la propiedad recientemente comprada en la selva, pero para el final de la obra podemos deducir que es una aspiración frustrada.

Al mismo tiempo, Sebastián es consciente de que no existe un espacio absolutamente fuera de esta compleja red de relaciones. No resulta un personaje tan ingenuo como para creer que ha encontrado un espacio puro e idílico sin ser contaminado por la epidemia del capitalismo global, sino que trata de eliminar la relación opositora entre el interior y el exterior. Al describir su rancho a una amiga, Sebastián dice: «Se trata de hacer todo lo posible por que, estando dentro, te sientes fuera»[vii]. Mientras Sebastián comenzaba a rehuir el trato con la gente, los residentes de Punta Caracol empezaban a decir que él ya no vivía allí. «Le causa una extraña satisfacción al pensar que su presencia era invisible»[viii]. Parece que el protagonista ha logrado, al menos por un tiempo, estar dentro y fuera simultáneamente. Y tal filosofía ética a la cual se dedica Sebastián para sentirse fuera mientras se encuentra dentro nos ayuda a plantear una interpretación posible sobre el nombre del perro de Roberto Cajal, Diógenes, que solo aparece brevemente al principio de la novela. ¿No es el nombre del cínico de la Grecia Antigua, el cual vivía dentro de la capital Antena, pero que se empeña en practicar la virtud basada en una creencia en el estado natural y primitivo?

En conclusión, Punta Caracol es un espacio imaginario cuya representación en la novela termina por disolver varias de las fronteras en las cuales se basaba la geometría moderna: la del interior y del exterior, entre civilización y barbarie, lo humano y lo animal, la realidad y el sueño. Según la impresión de Sebastián, los indígenas que viven en Punta Caracol son «una curiosa mezcla de dulzura inocente y crueldad brutal… que daba su matiz peculiar a la personalidad colectiva del lugar»[ix]. La intención original de Sebastián de mudarse para la selva era aprender a estar en armonía con la naturaleza, pero con el tiempo, se iba dando cuenta de que sucedía lo contrario: «la masa de vida no humana que constantemente los rodeaba los hacía, por contraste, más humanos»[x]. La vida en Punta Caracol, como está descrita por el narrador, parece una vida primitiva que acaba por borrar el límite entre la civilización y la barbarie, en el cual se habían basado los discursos de la modernización y de la construcción nacional en los países latinoamericanos desde finales del Siglo XIX. La disolución de la oposición animal-humano se refleja específicamente en la descripción de la vasija maya, objeto del negocio ilegal que intentaba realizar Roberto Cajal con un norteamericano. En ella se dibujan las antiguas figuras de animales con caras de hombres y hombres con caras de animales, lo cual contribuye a la pluralidad de cosmogonías incorporadas en la novela. Por último, el título de la obra, Lo que soñó Sebastián, produce un efecto de confusión en cuanto a la frontera entre el sueño y la realidad. Una noche, Sebastián había soñado que era golpeado y que le ponían un fusil en las manos, y se despertó el siguiente día con el dolor en el vientre y el fusil bajo la cama sin poder jamás decidir si ha sido un sueño o si alguien realmente le ha atacado cuando estaba dormido. En vista de las mencionadas disoluciones de distinciones opositoras, junto con el colapso del sentido de justicia debido a la irresoluble conflictividad entre la política y la ética, propongo una lectura de Lo que soñó Sebastián como un espacio alegórico de la realidad contemporánea de Guatemala marcada profundamente por el agotamiento del modelo estado nación y otros conceptos acompañantes, tales como progreso, autonomía y racionalidad, sobre los cuales estaban construidos los discursos hegemónicos de la modernidad.

[i] Rey Rosa (1994), 25.

[ii] Rey Rosa (1994), 109-110.

[iii] Rodríguez Freire (2011) 1080.

[iv] Idem.

[v] Rey Rosa (2009), 52-53.

[vi] Rey Rosa (2009), 53.

[vii] Rey Rosa (1994), 9.

[viii] Rey Rosa (1994), 67.

[ix] Rey Rosa (1994), 38.

[x] Idem.

Referencias

Rey Rosa, Rodrigo. Lo que soñó Sebastián. Barcelona: Seix Barral, 1994.

—. El material humano. Barcelona: Anagrama, 2009.

—. Los sordos. Ciudad de México: Alfaguara, 2012.

—. Imitación de Guatemala: cuatro novelas breves. Madrid: Santillana, 2013.

Rey Rosa, Rodrigo y Vittoria Martinetto. “Breve entrevista a Rodrigo Rey Rosa.” INTI, Revista de literatura hispánica, no. 75/76, 2012. 355-358.

Rodríguez Freire, Raúl. “Escritura En Movimiento: Entrevista con Rodrigo Rey Rosa.” Revista Iberoamericana, vol. 77, no. 236–237, 2011. 1073–1082.

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