Dentro atolón o el preludio
(Habla un ermitaño):
Finalmente islote elegiste, coralino, anular, laguna interna que trajo aquel hundimiento, algas apelmazadas, roca, estrecho arrecife, fruto de ciertos pasos, mal dados y malhadados, según dices, hacia y hasta un océano por ahora sereno y terso, tan turquesa como inabarcable, porque ahora, sedente en esta escabrosa y punzante acumulación de tus propios políperos, en lugar de haber ejercido a la vez de forense, de párroco, de plañidera y de sepulturero, en lugar del entierro, del perfecto colofón, con todo a favor, de la redención a placer, de fingir olvido, uno fácil y terminante, con esa posibilidad, pues, perdida, ahora, justo ahora, dices que quieres afrontarlo, darle forma, decirlo, según dices.
Aunque no puedo no preguntarme si eso tan importante que tienes que decir —al respecto— no será una reformulación —¡otra!— de cuanto hayas dicho hasta ahora. Más palabras.
Puedo entender que, al igual que yo busco otra caracola cuando la que me ha de limitar ya no me contiene ni como necesito ni como querría, tú busques decir y, al hacerlo, desprenderte de ello como me desprendo yo de la concha que desecho, ¿no es cierto? Decir y mudar, ¿no es así? Que quede dicho, una vez dicho, y que ya no te pertenezca. Pero has de saber, sin embargo, que, para el caso que nos ocupa, esto que haces se parece más bien a aventurarse a participar en un juego de reglas lábiles cuyo tablero está muy lejos de ser tu propia voluntad creadora. Un juego que solo adquiere sentido mientras lo jugamos, con dados que nos vienen dados, si se me permite la tontería. Y con esos dados dados progresamos incautos por ese tablero, un tablero múltiple y enrevesado cuya disposición cambia con cada tirada, cada vez que los dados ruedan, al tiempo que, en manos del azar, cabría decir, avanzamos hacia la meta volante y quebradiza de la aprehensión, la cual, aun así, no pierde la solidez de todo tablero que se precie. Una ilusión de progreso que se te hará muy cuesta arriba, además; tendrás que ser otra vez tu propio porteador, porque —no finjas, no te hagas el ingenuo, no conmigo— nunca quisiste pertenecer a la grey de quienes profesan la religión de la omnisciencia, nunca has figurado entre los acólitos de la archiverosímil prestidigitación —ni por asomo tan ex niliho—, entre quienes realizan acrobacias con la red de la todopoderosa mímesis bajo los pies.
Cuesta arriba, decía. Y por un laberinto de calles de adoquines mojados del cual es imposible salir. E, incluso si salieras, no sería propiamente una salida sino un abandono, algo que, por otra parte, no se te da nada mal, ¿verdad que no?
También sabes [lo sé] que tendrás que tratar con algún, llamémoslo, elemento con el que no contabas. Por expresarlo con la rimbombancia que me estás otorgando: todo evangelio, al igual que todo testamento, ha de venir, por definición, dictado. De lo cual se sigue que toda agencia es ilusoria…
Pero basta de preámbulos; ¿preparado? Empecemos.
Mira a tu izquierda, o a tu derecha, para el caso es lo mismo [lo hago]. He ahí el elemento del que hablaba [lo miro].
¿Y bien? [Hay un cuerpo.] ¡Pues claro que hay un cuerpo! Pero. Mira mejor [miro mejor]. ¿No lo reconoces? [Lo reconozco.] ¿No es, de hecho, el cuerpo? [Lo es.] Has eludido voluntariamente el sepelio, luego, ¿qué esperabas?, ¿que hubiera solo lo que tú quisieras? ¿Que no hubiera nada? ¿Es que no has oído cuanto acabo de decir? Pretendías encontrarte a tus anchas en tu conciencia, ¿no? A solas con tus pensamientos, ¿verdad? Pues, sorpresa, esto es también un pensamiento. ¿No ha sido todo esto, todo este tinglado, para variar, idea tuya? Mírame. Un cangrejo ermitaño, por el amor de Dios. Aunque he de admitir que, en mi caso, y algo me dice que en el tuyo también, no ha sido ninguna sorpresa ver que, en efecto, lo que resta es un cuerpo [El cuerpo es lo que resta, entonces]. Así es, al parecer. Tú sabrás. Solo un cuerpo. Y un cuerpo, nada menos. Una carcasa, una cáscara vacía, según afirman ciertas tradiciones, incluso un presidio, según otras: qué bobadas han llegado a decirse, ¿eh? Pero este cuerpo, no podía ser de otro modo, ya estaba ahí. Y, sin embargo, no lo olvides, ahí no hay nada. En esto, se diría que cuerpo y letra confluyen, ¿no crees? Con todo, observa [observo] que, precisamente por su naturaleza intangible, cada vez queda menos de él [es cierto]. Pronto quedará, lo sabes [lo sé], tan solo el recuerdo, y más tarde recuerdos de recuerdos, y más tarde aún una inconexa concatenación de imágenes, imágenes que, pasado el tiempo, se tornarán inmóviles, el detritus de la cáscara, un cuadro, mejor dicho, un collage, menos aún, una mera postal mental que, de manera imperceptible, amarilleará, se enturbiará, arrugará, cuarteará, abarquillará y quebrará hasta que, por último, de ser lo que buscas, desaparezca en cuanto imagen y no conserves en tu poder más que la memoria de la memoria, pura tergiversación: palabra. En eso, se me ocurre, cuerpo y palabra confluyen. Lo que nos conduciría, de igual modo, aunque por un trayecto farragoso, intrincado y abrupto, repleto de rodeos, de equívocos, a idéntico destino al que llegarías si trazaras una línea recta.
Si ahora desistes, te detienes y, por una vez, te conformas. Esto es, estás a tiempo de callar. A tiempo de evitarlo. [No puedo (¿quiero?) evitarlo]
Ya que, bien pensado, ¿no es eso lo que buscas?, ¿la salvación en la invención, una imagen, para conservarla sin reparar en su deterioro, o precisamente para que se deteriore, que lo haga a tu antojo? ¿Acaso no buscas eso mismo, en realidad?
No, no es eso lo que buscas, eso ya lo tienes…
(Olas leves, lentas, mojan por turnos, parsimoniosas, los pies descalzos del cuerpo)
¿Persistes entonces? [Sí, persisto]
(Albatros. Más cangrejos. Tortugas. Desfile desordenado de aletas dorsales. El vaivén de los correlimos y los vuelvepiedras. Corro de págalos voraces a contraluz. Cielo solo azul. Sol intratable.)
Dime, ¿has venido aquí, a este atolón —escenario remoto en este archipiélago de negro sobre blanco, desplegado por tu obra y gracia, dispuesto a imagen y semejanza tuyas y solo tuyas, producto únicamente de tu connatural incapacidad para la cordura, para las avenencias, para la conciliación, para la resolución, para acordar y cumplir con lo acordado, para la sensatez, para la entrega, para la formalidad, para, en definitiva, la pragmática —, a lo que creo que has venido?
[Sí, así es]
¿Y, con todo esto presente, farsa mediante, todavía te crees capaz de, capacitado para, llevar a buen término, o a mal término, pero a término al menos, tu intención?
[Sí, así es]
Muy bien. Adelante, pues.
Eso sí. Antes de desprenderte de una concha, primero has de ocupar todas y cada una de sus espiras. Agotarla como yo agoto cada concha que, por si no lo habías advertido, siempre me —te— precederá; concha que, es más que probable, ya se ha hallado, ocupada y agotada.
Ah, y una última cosa. Algo que, no tan en el fondo, ya sabes. Todo esto es inútil. Nada queda dicho para siempre, porque siempre podrá decirse de otro modo.
(Escribe):