Cinco poemas

Margarita Jacquim

 

 

Errancia
todas las mañanas
escucho el tañido sin retorno
comienzo lo que se va
en la barca que viaja con el sol
no me detengo ni llego
todas las mañanas comienzo

 

 

X
Voluntad de persistir nos obliga
a tallar un talismán en la mirada del miedo
a convertir en túnica de luz las ataduras
a cultivar la risa
a cultivar el sano olvido
a mantener iluminado el albergue de la esperanza

 

Es feliz obligación
convertir mis derechos
en hermosos deberes

 

XII

Declaración de mis deberes inalienables

 

Permitirme ser también una niña que juega

Aprender a saborear el silencio

Aprender a no tener miedo del miedo

Aprender a cantar con El Agua de La Vida

fluir fluir fluir

Sumergirme en el presente con los ojos abiertos

Cultivar la errancia en torno a un rosal

Convertir en voluntad de renacimiento

mi condición de leño del Fuego de La Vida

Emular el reverdecer de la hierba

Volver a forjar cuantas veces se quiebre

La Espada de La Mansedumbre

Ejercitarme en reflejar el lago reflejando

Llevar al máximo refinamiento

el arte de saber encontrarme conmigo

 

 

VI

Este juego, horada las noches
y los días.
Alumbra un destino.

 

Soliloquio ante la flor que se deshoja

La gran tarea de mi vida, es jugar a

La Ermitaña en un jardín. Este juego

nació del soliloquio en los entresijos del

tiempo sin tiempo de la infancia. De

los juegos con la arena junto al mar.

Ascesis de La Ermitaña en un jardín

en el siglo veintiuno, es hacer de la

soledad regazo, talismán, afluente

del silencio, primordial albergue.

Es seguir jugando con la arena

junto al mar.

 

La ola se llevaba mi castillo

Con la risa entre las manos

lo volvía a comenzar

La ola se llevaba mi castillo

Quedaba intacta mi alegría

lo volvía a comenzar

La ola se llevaba mi castillo

Mientras llega la ola y se lleva el castillo

por última vez, sigo comenzando.

Unas veces con la risa entre las manos,

otras con benévola sonrisa.  Siempre con

paciencia y dulzura infinita, cuando

la ceguera y el miedo vuelven como

la ola, y me desalojan del regazo incesante

que es mi propio corazón.

Siempre comienzo. Regreso sin cesar,

al amparo de mi propio corazón.

 

V

Ronda de árboles
acoge a la ermitaña

 

Entre líneas de las palmas de mis manos

aparecen huellas de mis primeros soliloquios

en aquel patio convertido en paraíso

Hoy reconozco sus venturosas variaciones

en una ronda de árboles y flores

Huellas confirman el rumbo de un viaje

que no puede guiar la rosa de los vientos

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