Bola de sebo

por Raquel Pons

Ilustración Euro Montero

Ilustración Euro Montero

Si solo hubiera sido una bola de sebo, el final de @miri27 hubiera sido diferente. El problema es que la dieta funcionaba. Vaya si funcionaba. Funcionaba tan bien que @miri27 ya no podía ni cerrar el armario de su habitación, y ahora los kilos que había perdido gracias a la dieta del arenque la miraban con sus ojos de pura carne sin pestañear. Cuarenta y cinco bolas de sebo, para ser exactos: una por cada kilo que había perdido. Aunque, mirando el armario, más bien habría que decir que los había ganado, como cuando una hija se casa y al padre le vienen con aquello de que ha ganado un hijo.

A @miri27 su grasa le repugnaba, pero le seguía guardando cariño a la primera bola. La primera bola, como montar en bicicleta, nunca se olvida. Hacía tres meses desde que se desprendió rodando de su cuerpo. Su primer kilo perdido era una pelota perfecta, redonda como una bomba de baño y de color blanco, lo que significaba que era pura grasa. Grasa del estómago, se dijo al olisquearla, porque la bola aún conservaba un ligero tufillo a los arenques que había estado bebiendo durante siete días. Así funcionaba: una semana de papillas, batidos y purés de arenques, mezclados con cantidades milimétricas de ciertas vitaminas y aminoácidos para no perder la conciencia, y se desprendía el primer kilo. 

Antes de coger la bola con las manos, le dio un toquecito con el dedo regordo del pie. Notó la bola caliente y húmeda, pero era muy suave al tacto, como la grasa de un chuletón. Entonces se levantó, la pellizcó con dos dedos y echó a correr hacia la cocina pero, a causa de la carrera, la grasa de su estómago tembló como en un sube y baja. Se paró en seco. ¿No era cruel despojarse así de una parte de ella misma? Quién sabe la cantidad de cosas que había vivido aquel kilo que ahora pellizcaba con asco; el banquete de su primera comunión, la mariscada a la que invitó papá cuando se sacó la carrera cum laude, el banquete de tacos que se dio en su primera cita de verdad, la que consiguió gracias a su sonrisa de dos kilómetros —así la halagó el chico—, no como aquellas pantomimas que su madre le organizaba con el hijo soltero y repugnante de la peluquera, la pescadera, la farmacéutica, y así hasta que agotó la cartera de candidatos del pueblo. 

¿De verdad iba a tirar a la basura el recuerdo de aquellos tacos, aunque la cita no hubiera prosperado? 

@miri27 nunca supo por qué aquel chico no volvió a llamarla, pero no podía quitarse de la cabeza cómo la miró cuando ella se zampó tres tacos en un minuto. No se planteó que él pudiera deleitarse al ver a una mujer engullir con semejante fruición, y que la ausencia de una segunda cita se debiera a que nada tenían en común, o a que él tuviera novia y se hubiera arrepentido de engañarla, o que le hubieran dado una beca muy lejos, en un lugar frío y suicida, y para qué molestarse entonces en seguir conociéndola si él no creía en las relaciones a distancia. No. Para @miri27 la culpable era ella y sus kilómetros de barriga. Y entonces dio con el milagro: los panes y los peces versión arenques triturados y nada de pan en realidad.

Tres meses después y cuarenta y cinco kilos menos, @miri27 había recuperado la confianza para volver al mercado de las stories. Y, aunque su sonrisa de dos kilómetros seguía midiendo exactamente dos kilómetros, estaba convencida de que los kilómetros que había perdido de cintura, caderas y muslos eran los causantes de que tuviera la bandeja a reventar de DMs. La dieta hacía difícil quedar con aquellos chicos cuyos filtros hacía que parecieran más guapos de lo que en realidad eran, pero @miri27 siempre se las apañaba para tomarse su dosis de arenque a escondidas. Los problemas venían después, cuando se acababan las copas, los bailes, los kebabs a las tres de la mañana que ella rechazaba con su sonrisa kilométrica, pero lamía en su imaginación. 

Problema número 1: tengo casi cincuenta kilos de grasa en el armario, ¿cómo narices voy a subir a nadie a mi casa?

Problema número 2: apenas los conozco, ¿y si me violan?, ¿y si me matan?, ¿cómo narices voy a subir a su casa?

El problema número 3 era como el comodín del público: a veces, se decía que no tenía nada en común con el chico en cuestión, lo que a la larga sería un problema. Spoiler: si no quedas más de una vez, ¿de qué larga me estás hablando?; por el contrario, ser demasiado parecidos obviamente era un problema, ¿no?; si era de fuera, corría el riesgo de que se volviera a su país; si era de aquí, de que no quisiese salir nunca de aquí; si cobraba más, ¡qué horror que me lo pague todo!; si era al revés, menudo perdedor. 

La primera bola nunca se olvida. Ahora bien, ¿se puede decir lo mismo de una primera cita? Si has tenido quinientas sesenta y una primeras citas, seguro que todas no las recuerdas, aunque con el último… El último parecía especial: la llevó a la inauguración de una librería; luego, a tomar unas gildas de aperitivo (aunque @miri27 tan solo las lamió en su imaginación); después, atardecer en el parque. Por Dios, ¡si hasta saltaron como niños sobre las hojas secas! Y ni siquiera tuvo que recurrir a problema 1 y problema 2, porque él no intentó nada. Ni siquiera la besó. Bueno, la besó pero en la mejilla, y eso ni cuenta como beso. 

Pero cuando @miri27 llegó a casa, la estaba esperando problema número 3. 

Un beso en la mejilla, ¿qué cojones significa un beso en la mejilla?, ¿que soy una amiga?, ¿que le recuerdo a su hermana pequeña? ¿¡Qué clase de tío sale con alguien que le recuerda a su hermana pequeña!?, se dijo mientras se desnudaba camino a su habitación. Cuando llegó al armario y lo abrió, sus perfectas y redondas bolas de sebo parecieron agruparse ante sus ojos hasta formar una respuesta: no le gustas, puta gorda. 

@miri27 le bloqueó, se cerró su cuenta de Instagram y encargó arenques para los próximos tres meses. 

A veces a @miri27 le daba la sensación de sentir una pequeña punzada de culpa, ¿por estar acabando con la población mundial de arenques?, ¿por condenarse sin intentarlo?, pero enseguida se decía que era imposible; para sentir tal cosa hacía falta estómago, vísceras, carne donde el puñal pudiera hundirse y, a juzgar por las últimas ganancias de su armario, apenas le quedaba de eso ya: sobre el sebo redondo y precioso de los primeros días, se acumulaban ahora costillas, pedazos de músculo con forma de sanguijuela y trocitos de intestino como pequeñas salchichas velludas. Podría morir sin saber que tenemos las tripas llenas de pelos, se dijo @miri27 frente al armario. Luego, regresó al salón y abrió una nueva papilla. El triturado de este lote dejaba bastante que desear: en el centro del líquido viscoso flotaba el ojo blanco, pequeño y perfectamente redondo de un arenque. Lo pellizcó con dos dedos y con la otra mano se levantó la camiseta para dejar el ojo, con suma delicadeza, en el agujero que era su ombligo.

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